Toda vez que se publica un nuevo libro con el nombre de Catulo trazado en su tapa frontal y con los poemas traducidos y anotados en las páginas interiores, me pregunto si debo añadirlo a mi ya abarrotada biblioteca en la que constan, entre otros, los volúmenes de Ellis, Kroll, Lafaye, Merrill, Mynors, Fordyce, Dolc,, Bardon, Quinn, Thomson, Goold, La Penna o Syndikus, especialistas que parecen haberlo dicho todo de una vez y para siempre. Tengo en mis manos el Catulo de José Carlos Fernández Corte y Juan Antonio González Iglesias y, después de recorrer cada una de sus páginas, mi decisión es hacerle un lugar en el estante catuliano y acomodarlo entre aquellos gigantes. Semejante gesto se justifica, en principio, por un hecho de gran interés: quienes hablamos y escribimos en la lengua de Cervantes, Rulfo o Borges no contábamos con la posibilidad de consultar una edición moderna y universitaria de Catulo, con una extensa introducción, pormenorizados comentarios y sensible traducción.
El libro se abre con una introducción de alrededor de 180 páginas en la que, en primer lugar, se reflexiona sobre la importancia de la literatura anterior y contemporánea en la obra de Catulo con el propósito de delimitar la originalidad del poeta nacido en Verona. J.C.F.C. batalla con cierto escepticismo, especialmente porque del resto de los poetae novi no se han conservado más que escasos fragmentos y porque tampoco es una tarea sencilla establecer las vías por las que Catulo recepcionó el pasado literario. Sin embargo, J.C.F.C. describe y da pruebas de la posición original e innovadora del poeta: exigencia de perfección técnica y autoconciencia estética; la elección de la poesía ligera como centro de la opción poética; una concepción del amor novedosa en tanto escribe sobre un vínculo amoroso singular a lo largo de una serie extensa de poemas relacionados entre sí; el otium como la ocasión para combinar la representación de hechos cotidianos con valores estéticos nuevos; el epilio como un género que implica no solo un conjunto de técnicas formales y narrativas sino una toma de posición ideológica en desmedro de los valores patrióticos de corte enniano. Un segundo apartado se dedica a las biografías de Catulo y Clodia, una oportunidad inmejorable para distinguir las complejas relaciones entre poesía e historia. Que el Pro Caelio de Cicerón no debe ser utilizado como caución de lo real, porque pertenece también al universo literario, es la conclusión relevante en este punto. Otra sección destacada de la introducción la constituye la reflexión sobre el diseño del libro. J.C.F.C. defiende con muy buenos argumentos la heterogeneidad de la colección frente a los excesos de coherencia de muchos de los lectores especializados, polieideia y poikilía son los términos que utiliza con justicia para definir su punto de vista respecto del corpus catuliano. J.C.F.C. también muestra en esta sección que la actualidad de Catulo se debe en gran parte a la novedad de lecturas basadas en investigaciones sobre sexualidad, género, estatus político o social. La introducción, muy completa y con reflexiones sugerentes y llenas de interés, se cierra con un apartado sobre la tradición y recepción de Catulo, especialmente en España.
La traducción en verso de J.A.G.I. no esquiva ninguno de los problemas que el texto ofrece y se atreve en muchas ocasiones a osadías léxicas y formales o utiliza recursos intertextuales con el propósito de rescatar el sentido y los ritmos del original. Cuando uno lee la versión de J.A.G.I. tiene la impresión de que su osadía desmiente y contradice el intenso lenguaje académico de la introducción y el comentario de J.C.F.C., pero lo que verdaderamente se establece, entre introducción, notas y traducción, es un contrapunto que promueve el equilibrio y la complementariedad. El traductor elige la variedad estándar del español de la península ibérica cuyos matices y singularidades requieren de un esfuerzo adicional de parte de muchos de los hispanohablantes, entre ellos de los lectores de América latina. Esto, sin embargo, en lugar de ser un demérito, es para mí la elección más adecuada porque detrás de ella, imagino, habita la idea de que cada generación y cada geografía deben hacer su propia traducción, si se intenta revivir a Catulo e impedir que siga hibernando en el reino helado de las lenguas muertas. J.A.G.I. no parece esperar con omnipotencia que su traducción sea eterna y tampoco parece apuntar a la universalidad de lectores, por el contrario su propósito se asimila al deseo del poeta traducido: plus uno maneat perenne saeclo.
El comentario es moderno en el mejor sentido de la palabra porque, además de arrostrar las zonas ríspidas de la sexualidad antigua y sus complejos vínculos sociales, utiliza modelos teóricos para volver a considerar cuestiones tan dificultosas como la relación entre poesía y realidad, la estructura narrativa de las piezas y la condición de Catulo como autor. No es el de J.C.F.C. un comentario adocenado, por el contrario, posee la identidad que le confiere una serie de invariantes que también se perciben en la introducción y que constituyen el núcleo de sus intereses: la importancia de la semántica de la forma, los versos concebidos como una unidad de fuerza arrojada al mundo, la defensa de la heterogeneidad de la colección en contra de los excesos de aquellos que intentan sistematizarla al extremo. Considero que cuando se ocupa del significado que proviene de la forma de los poemas y del complejo diseño del corpus de Catulo, sus aciertos alcanzan el punto más elevado.
El modelo lingüístico de los actos de habla es utilizado en repetidas ocasiones para analizar los poemas como piezas compuestas para influir sobre tal o cual personaje. La herramienta es sin dudas muy adecuada, aunque considero que J.C.F.C. podría haber dado un paso más pertrechado con ella porque el acto de habla por excelencia de Austin es el de la promesa y, especialmente, el de la promesa incumplida. Si prometer es parte imprescindible del discurso de la seducción, es la perfidia de la mujer más amada que ninguna otra la que pone en marcha la fascinante maquinaria que produce no solo el odio de Catulo sino especialmente su deseo. Sucede que el centro de la estructura erótica del affaire amoroso está habitado por la traición, la fides violada, y el modelo austiniano es un instrumento inmejorable para descubrirlo.
Para J.C.F.C. la poesía de Catulo no es una ventana transparente abierta al universo referencial. Es imposible no acordar con ello, más aún porque la cuestión es abordada con una sofisticación infrecuente. J.C.F.C podría haber añadido que los poemas leídos como piezas autónomas, ligados a una ocasión específica y dirigidos a un destinatario privilegiado tienden a crear el “efecto de lo real”, en cambio, esas mismas piezas reunidas en una colección y dedicadas a Cornelio Nepote hacen retroceder los espejismos del universo referencial. En otros términos, la aparente circulación aislada de los poemas y sus vínculos con una circunstancia y un destinatario colaboran para persuadirnos de que estamos ante hechos reales en tanto que la colección y la designación del cronista traspadano como lector y destinatario del libellus convierten a esos mismos poemas en piezas literarias desasidas del universo de los hechos brutos. Por supuesto, Catulo deja en claro que no es la primera vez que Cornelio Nepote toma contacto con versos que no le están dirigidos ni le conciernen directamente y además, para reforzar el retroceso de lo real y el avance de lo ficticio, otros personajes también aparecen como lectores de piezas de las que no son destinatarios privilegiados. Sin dudas, el C. 16 es considerado crucial en este punto por la crítica especializada porque en él quien adopta la voz del autor parece develar la clave del problema: en primera instancia no habría que confundir al poeta con su poesía y, en segundo lugar, los milia multa basiorum solicitados a Lesbia por el amante Catulo habrían sido compuestos por el poeta para los pilosi con el fin de incitare quod pruriat. Poemas pornográficos que tienen como protagonistas a personajes que casualmente llevan los nombres de Catulo y Lesbia! Pero esto es señalado con tanto énfasis en el mismo C. 16 que el lector se siente convocado a discernir entre sujeto del enunciado y sujeto de la enunciación para tratar de distinguir quién habla, si el poeta Catulo o su proyección ficticia en el texto: siempre es ego quien dice ego, según la fórmula luminosa de Émile Benveniste, que puede ser utilizada como una herramienta de primera magnitud para comenzar a comprender la encrucijada en la que Catulo, una vez más, coloca a sus lectores.
La edición no es prolija y contiene algunas inconsecuencias que pueden solucionarse fácilmente. J.C.F.C. traduce la mayor parte de las veces las citas bibliográficas que utiliza, aunque otras tantas veces no lo hace. En muchas ocasiones remite a las páginas de los pasajes citados, pero en otras omite este dato. Muchas repeticiones son innecesarias. Ofrezco solo un ejemplo: en páginas 529, 530, 532, 550 y 640 J.C.F.C. reitera conceptos sobre la sexualidad que ya ha desarrollado con amplitud entre las páginas 126 y 140 de la introducción. Otros errores menores atentan contra la exigencia de una edición cuidada, entre ellos: pág. 30 n.53, Lúculo en lugar de Luculo; pág. 37, lines en lugar de líneas; pág. 43, autores en lugar de actores; pág. 67, rematan en lugar de remata; pág. 124, la nota que lleva el número 234 debe ir en la página siguiente; pág. 508, existía en lugar de existían; pág. 530 masulino en lugar de masculino; pág. 574, poeta en lugar de poema; pág. 614, poseriores en lugar de posteriores; pág. 618, abandorarlo en lugar de abandonarlo; pág. 624, comieza en lugar de comienza; pág. 650, heroe en lugar de héroe; pág. 657, logar en lugar de logra; pág. 704, extensíón en lugar de extensión; pág. 708, soprendentes en lugar de sorprendentes; pág. 709, liteatura en lugar de literatura; pág. 740, horadez en lugar de honradez; pág. 750 deseapercibido en lugar de desapercibido. La traducción de J.A.G.I. también contiene algunos detalles menores. Por ejemplo, C.3 v.7, en pág. 193, traduce hijo en lugar de hija; no traduce el v.4 de C. 56 en pág. 296. No concuerdo con la mitigación del imperativo que abre el v. 3 de C. 32 y cierra el v. 9. Iube es traducido como “invítame” una versión que atenúa la potencia del la orden y la convierte en una simple fórmula de invitación. Si mantenemos la fuerza imperativa del original, no solo sintáctica sino también semántica, se nos revela con claridad la perturbadora proposición del hombre que es capaz de mantener su vigor durante novem fututiones continuas, pero al mismo tiempo manda que una mujer lo someta.
El repertorio bibliográfico es extenso y muestra la gran cantidad de literatura secundaria que J.C.F.C. conoce y utiliza. Apenas puede aludirse a alguna ausencia: en la página 693 cita a B. Axelson, pero después no lo incluye en la bibliografía. No utiliza el diccionario de R. Maltby, A Lexicon of Ancient Latin Etymologies, Wiltshire, 1991 ni el artículo de S. Di Drazzano, “Cacata carta. Nota a Catull. 36, 1 e a Priap. 69, 4”, MD 43: 179-189, 1999 que le hubieran resultado útil para el análisis del C. 36 o la clásica monografía de P. Monteil, Beau et Laid en Latin. Étude de vocabulaire, Paris, 1964, muy provechosa para considerar los términos relativos a la fealdad y la belleza.
Completan la edición un índice de primeras líneas y otro de nombres propios, ambos muy útiles, en cambio no se incluye un apartado sobre los metros de Catulo, siempre provechoso para los que comienzan a leer al poeta nacido en Verona.
El libro de Fernández Corte y González Iglesias nos invita a leer un Catulo complejo, sobresaliente en el uso de la técnica formal, sofisticado a la hora de utilizar la literatura del pasado, revolucionario por sus innovaciones, sorprendente por su lenguaje. El espacio hecho en el estante de mi abarrotada biblioteca, para ubicarlo junto a los gigantes de la crítica catuliana, está por demás justificado.