Pocas dudas habrá si admitimos que, de entre todas las disciplinas legadas por la antigüedad greco-romana, la retórica es la de un carácter más ambiguo. Vituperada por gran parte de la tradición que la ha asimilado a la figura de sofistas y charlatanes, no ha sido hasta bien entrado el siglo XX cuando el estudio de la retórica ha vuelto a estar en boga. El presente trabajo de Jeffrey Walker se aproxima al estudio de la retórica desde una perspectiva multidisciplinar en la que ésta se presenta como una herramienta filosófica, propedeútica, educativa, performativa y hermenéutica.
El prólogo del libro ofrece una sinopsis de la dificultades ante las que se encuentra cualquier estudioso de la retórica puesto que la plétora de diferentes definiciones que se han dado de esta disciplina dificulta saber qué se pretende estudiar y con qué finalidad. Walker, de hecho, califica el sistema educativo retórico como “viral” (p. 4) ya que éste tuvo la capacidad de cambiar su currículum para adaptarse a cada circunstancia, teniendo éxito en cada mutación.
El primer capítulo (“Cicero´s Antonius”) toma como punto de partida los distintos personajes del De Oratore ciceroniano con el objetivo de evidenciar las diversas formas que la filosofía tuvo a la hora de interpretar la retórica (peripatética, isocratea y estoica, principalmente). El eclecticismo de Cicerón (p. 11, “it is fair to suppose that all the speakers in this dialogue are Cicero, or versions of him, and speak for different aspects of his thought”) plantea, por boca de Antonio, hasta qué punto la retórica puede considerarse como la antistrophos de la dialéctica. Las intervenciones de los dos principales interlocutores del diálogo, Antonio y Craso, a propósito de la inventio retórica se analizan diacrónicamente con el fin de estudiar si la tradición aristotélica pesa más que la isocratea. Walker estima que el eclecticismo ciceroniano debe entenderse como el resultado de contraponer –y no de añadir- la concepción de la retórica de Isócrates con la de Aristóteles. En este sentido, la preocupación de Cicerón por la formación del orador ideal estaría motivada por todo aquello (p. 54) “that separates rhetoric from wider philosophical concerns and is largely disconnected from actual practice and experience, and even from the life, thought, and language of the civil community the orator must address”.
El segundo capítulo, “On the Technê of Isocrates (I)”, comienza con un status quaestionis acerca de la existencia de un tratado escrito por Isócrates al que ya autores antiguos (Cicerón, Quintiliano, Zósimo, Focio) aludieron. Frente a las conclusiones a las que llegó Barwick en su trabajo,1 esto es, que no hay evidencias que argumenten que Isócrates escribió una technê (algo que Walker p. 86 considera “plausible to probable”) y que la que se transmitió bajo su nombre en la antigüedad es atribuible a un Isócrates de la primera mitad del s. I d.C., Walker contrapone numerosos argumentos basados en evidencias textuales (Platón, Aristóteles, el propio Isócrates, Cicerón, Quintiliano) y papiráceas ( P.Oxy. 3.410) para determinar que el contenido de esa technê isocratea no se habría reducido a una mera compilación de discursos, y que un Isócrates coetáneo a Quintiliano habría necesitado de un apodo (“Isócrates de …”, “Isócrates el joven”) para diferenciarse del Isócrates del siglo IV a.C. Una technê isocratea, continúa Walker, habría consistido de un pragmatikos topos dedicado a la inventio y un lektikos topos destinado a la correcta declamación. El análisis de textos tardo-antiguos (por ejemplo, discursos I y V de Libanio de Antioquía) y de papiros ( P.Oxy. 17.2086 verso) configura una disquisición acerca del dónde y del cómo se desarrollaría la labor docente de Isócrates. Así, la lectura, análisis crítico y discusión de los pasajes enseñados en clase se haría por la mañana, mientras que el trabajo vespertino se dedicaría a (p. 81) “one-on-one conferences”.
El tercer capítulo, “On the Technê of Isocrates (II)”, es el capítulo más arriesgado del libro o, como el propio autor reconoce, (p. 91) “this chapter is admittedly speculative, or, if you will, an exercise in probabilistic conjecture”. Apoyándose en testimonios de diversos autores, en fragmentos que han aparecido junto a las obras de Isócrates y en los contenidos de la Retórica de Alejandro, Walker intenta reconstruir el contenido de la technê de Isócrates. De esta manera, de haber existido un prólogo, éste habría sido compuesto siguiendo las líneas argumentales de obras isocrateas (especialmente, Nicocles, Antídosis y Contra los Sofistas), habría establecido desde el inicio la división de los géneros en judicial, simbuleútica y epidíctica, y recalcado la concepción de la retórica como una dynamis útil en el marco cívico. Seguidamente, se propone que la technê isocratea habría continuado con unos progymnasmata al estilo de los que se han conservado de Teón, Hermógenes y Aftonio. Así, trazas de ejercicios preparatorios como la chreia, fábula, narración, descripción, etopeya se encuentran en los discursos de Isocrates.
De un modo similar opera Walker al reconstruir el pragamatikos topos destinado a las preguntas iniciales y a la inventio : una conjunción de textos isócrateos ( Carta a los hijos de Jasón, Eginético, Contra Calímaco, Antídosis, Arquidamo) y obras clásicas (la Retórica de Alejandro, el De Inventione de Cicerón, la Institutio Oratoria de Quintiliano, los tratados de Hermógenes) sirven al autor para aventurar qué habría contenido la inventio de la technê isocratea. Sirviéndose de la comparación con la Retórica a Alejandro, la parte dedicada al lektikos topos sería relativamente corta. De ella hay sesgos en algunos pasajes de Isócrates ( Evágoras 9-11; Antídosis 47; Contra los Sofistas 16) en los que se compara la prosa con la poesía en términos de dicción y empleo de metáforas.
Es en el cuarto capítulo, “In the Garden of the Talking Birds. Declamation and Civic Theater ”, donde se explora uno de los aspectos más estudiados de la retórica en las últimas dos décadas, la actio/hypókrisis o puesta en escena del discurso. El autor que, en mi opinión, mejor reveló el modo en que estas declamaciones se convirtieron en auténticos “virales” fue Luciano de Samósata con una serie de opúsculos (especialmente El sueño y El profesor de retórica) que parodiaban la doblez de la educación retórica: frente a la visión isocratea de la disciplina como filosofía de vida y herramienta cívica, Luciano presenta a jóvenes empecinados en aprender y dejarse llevar por la vena espectacular implícita en las declamaciones públicas. Entramos, por lo tanto, en época imperial, y es por ello que el autor nos introduce en el mundo de los manuales de retórica de la época: Anónimo Segueriano, Hermógenes, Hermágoras, Apsines desarrollaron complejos esquemas e hiperbólicas clasificaciones de la stasis de la que debe partir la composición de un discurso. Una vez preparada la pieza, la declamación se llevaba a cabo en la famosa “Sophistopolis” de Donald Russell,2 es decir, en una ciudad imperial en la que declamaciones sobre temas ficticios o históricos era uno de los cúlmenes de la actividad cultural. La dimensión performativa de la retórica se puso al servicio de la doctrina y teoría retórica aprendida con una vocación lúdica. Como Walker expresa (p.199), “declamation exercises enabled the student to engage in what Isocrates, Aelius Aristides, and others would call philosophia while }theatricality’ performing in the imaginary civic space of Sophistopolis”. Basándose en los trabajos de Gleason, Gunderson, Swain, Webb o Whitmarsh sobre las composiciones retóricas de época imperial, Walker estudia los “discursos sicilianos” de Elio Arístides como una forma de recrear el pasado a través de las declamaciones, esto es, una forma de emplear la retórica como nexo común entre los helenos, uniendo así la dimensión teórica, performativa y cívica de la retórica tal y como se había codificado.
Por último, el quinto capítulo (“Dionysius of Halicarnassus and the Notion of Rhetorical Scholarship”) es, no sin razón, el más extensor del libro ya que está dedicado a la concepción y empleo de la retórica en Dionisio de Halicarnaso. Frente a las opiniones peyorativas que de él tuvieron filólogos como Wilamovitz, Norden o Schwartz, Walker propone una relectura más positiva de su obra. En primer lugar, se nos ofrece una aproximación a su concepción de la retórica como un instrumento de persuasión que incluye un componente estético, tal y como se aprecia en sus líneas sobre Demóstenes en Sobre la composición literaria. Tales cualidades literarias, como subraya Walker, son para Dionisio el fruto de una educación y no el mero aprendizaje de reglas de composición, por lo que la retórica fue una piedra angular en la concepción de la paideia que éste tuvo, para quien la capacidad de la retórica no se limitaba a la oralidad o al ámbito escolar, sino que le otorgó un papel primordial en la crítica literaria. Así, conceptos como hêdonê, charis o to kalon aparecen relacionados con el ámbito de la composición literaria. Igualmente, sus tratados sobre oradores antiguos (Dinarco, Demóstenes, Lisias, Isócrates, Iseo) sirvieron de referencia para establecer nuevos cánones estilísticos.
El epílogo, “William Dean Howells and the Sophist´s Shoes”, resume los puntos esenciales del libro. En mi opinión, dos son los puntos principales que resumen el espíritu de esta obra. En primer lugar, Walker certifica que (p. 285) “what makes rhetoric distinctly rhetoric, again, is its teaching tradition”. Lejos de ser una tautología, este aserto reivindica el lugar de la retórica en la tradición filosófica y literaria como una disciplina básica en la etapa del aprendizaje. Hasta hace no muchas décadas, hablar de la retórica en estos términos habría exigido un largo excurso explicativo y apologético. En segundo lugar, es destacable cómo el autor sintetiza todos los aspectos de la retórica tratados en la obra (p. 286): “through performance the student develops the aisthêsis that Dionysius of Halicarnassus regards as the foundation, starting point, and ultimate criterion for rhetorical analysis and that Cicero´s Crassus regards as the source of the experiential knowledge that enables the student to understand what the precepts of rhetoric “refer to”. La retórica, por lo tanto, tuvo una dimensión escolar, oral, performativa, filosófica y hermenéutica cuyos elementos estaban inextricablemente unidos.
El libro de Jeffrey Walker, en definitiva, es un espléndido conjunto de trabajos que intentan profundizar en la naturaleza y objetivos de la retórica en la antigüedad. El hecho de que no se pueda extraer una conclusión homogénea de la lectura de este libro no debería, en mi opinión, imputarse como una falta al autor. Por el contrario, la maleabilidad y flexibilidad de la retórica le permitió adaptarse al decurso de cada época con una función distinta: de la vocación cívica que Isócrates subrayó, a la dimensión teatral en época imperial o a la capacidad hermenéutica cuando se empleó en el ámbito de la teoría literaria y de la exégesis de escritos cristianos. Walker ofrece, por tanto, un libro que exige una constante atención por parte del lector por su vocación enciclopédica y por sus continuas referencias y alusiones cruzadas entre autores greco-latinos y modernos filósofos y exégetas de la retórica (léase, por ejemplo, la ilustrativa y curiosa comparación entre la posición epistemológica del Antonio ciceroniano y la del filósofo Jaques Derrida tras los atentados del 11-S en Nueva York). El esfuerzo, con todo, tiene su recompensa pues este libro es un magnífico ejemplo de las posibilidades que el estudio de la retórica abre.
Notes
1. Karl Barwick, “Das Problem der isokrateischen Techne”, Philologus 107 (1963), pp. 43-60.
2. Donald Russell, Greek Declamation, Cambridge (1983).