¿En busca del tiempo perdido?: Ensayos sobre historia antigua consiste básicamente en una recopilación de 24 estudios publicados por Ricardo Martínez Lacy entre 1990 y 2012. En sus páginas se abarca una amplia gama de temas, tales como la obra polibiana, la relación entre Roma y Grecia, las rebeliones serviles, los ejércitos antiguos y, sobre todo, las perspectivas historiográficas en torno a la época helenística. Sin embargo, el valor e interés central del libro reside principalmente en el acto de “desnudar”1 nuestras maneras de interactuar con la antigüedad. En un intento por focalizar el debate sobre esta interacción, el lector encontrará numerosas interrupciones y acusaciones: el autor pretende—y logra—entablar conversaciones y debates en lugar de llegar al fondo de una determinada cuestión.
El volumen, que arranca con una introducción a cargo de Álvaro M. Moreno Leoni, consta de cuatro secciones. La primera contiene cuatro ensayos sobre Polibio; la segunda, cinco estudios sobre la historiografía más en general; la tercera, trece capítulos sobre “conceptos históricos”; y la cuarta, dos ensayos dedicados a asuntos filosóficos. Aunque no puedo extenderme al respecto, debo subrayar la excelente introducción analítica en la que se explica el desarrollo intelectual de los debates que le interesan a Martínez Lacy. Antes que nada, me gustaría hacer hincapié en el estilo, el enfoque y la ideología del autor. Después, resumiré algunos capítulos clave de cada sección.
Aunque el título proustiano del libro no lleva a engaño al lector, la colección contiene muchas sorpresas dado que el estilo, el tono y la actitud del autor no siempre se ajustan a las normas implícitas de la escritura académica. Dicho esto, no quiero sugerir que el libro carezca de erudición, ni tampoco de profesionalidad. Por el contrario, y como destacaré a continuación, Martínez Lacy tiene un profundo conocimiento de las fuentes primarias y también de las secundarias. Para algunos lectores (entre los que me incluyo), este libro resultará refrescante y rompedor; sin embargo, no me cabe duda de que la estrategia del autor molestará a otros. Martínez Lacy es un provocador y todo parece indicar que quiere serlo.
La primera sorpresa del libro es que los ensayos provienen de una gama heterogénea de publicaciones. Además de aparecer en revistas académicas, algunas de las aportaciones se divulgaron en el diario El financiero, mientras que otras, que fueron expuestas en conferencias, vieron la luz en versiones extendidas. El primer capítulo del libro, por ejemplo, consta de cinco páginas, si bien la primera versión publicada viene a ocupar unas veinte páginas. Por raro que parezca, existe un buen motivo para ello: Martínez Lacy no reúne estos ensayos para eruditos ya formados, sino para el público en general o para los estudiantes hispanohablantes que están al inicio de sus careras.2 Por eso, los capítulos suelen ser muy cortos, bien escritos y bastante directos. La mayoría del libro consiste en introducciones analíticas y atractivos resúmenes que generan un gran interés en asuntos propios de especialistas y/o proveen un buen mapa para navegar bibliografías inmensas. Dicho esto, también hay artículos que interesarán sólo al público más especializado.
Como dije, la primera parte del libro examina a Polibio. El primer capítulo habla sobre la symploke (entretejimiento) de las culturas helenísticas y la romana, o, en palabras del autor, “la forja de identidades.” Aunque este ensayo me parece un poco acelerado y, por eso, menos fructífero, Martínez Lacy destaca cómo la historia siempre toma la forma de una narrativa y que el autor tiene un objetivo específico. Este enfoque, familiar para los lectores de H. White, P. Wiseman y A. Woodman, se desarrolla en el segundo capítulo, que trata sobre el valor de Polibio como fuente histórica. Martínez Lacy demuestra cómo el megalopolitano se contradice tanto a sí mismo como a otras fuentes bien establecidas a través de tres comparaciones entre los hábitos militares griegos y romanos que, en última instancia, podían explicar el éxito y el . Para Martínez Lacy, cada “error” polibiano resultaría del deseo del historiador para naturalizar el dominio romano sobre griegos, entre los cuales se encontraban también algunos de sus lectores. Aunque este argumento no sorprenda, Martínez Lacy lo usa para sostener que la narrativa polibiana es fundamentalmente teleológica. En esta misma línea están también los últimos dos ensayos de la primera parte, donde se hace especial hincapié en otro concepto polibiano: la anaciclosis (la evolución cíclica de los sistemas de gobierno), un asunto que debería llamar la atención hoy en día dada la situación política en el mundo occidental. El cuarto capítulo provee una explicación lúcida y crítica del concepto que destaca la relación entre la influencia de Platón, Aristóteles y Dicearco y el contexto en el que el megalopolitano se encontraba.
La segunda parte del libro es menos coherente y aborda diversos temas: desde el método de compilar los epítomes hasta un largo análisis del primer volumen de The Sources of Social Power de M. Mann. Me gustaría detenerme en el quinto capítulo (“Estrategias narrativas de Justino/Trogo”), ya que pone en relieve el modus operandi del autor y su clase de neo-historicismo. En pocas páginas, Martínez Lacy explica los distintos contextos e ideologías de Justino y Trogo. Una vez hecho esto, cuestiona los procedimientos habituales para reconstruir el texto de Trogo a partir del Epítome de Justino. A través de un análisis del tratamiento de Alcibíades y Trasíbulo en el libro V, Martínez Lacy afirma que a Justino no le interesa “la historia como realmente fue… [sino] como una consecuencia de sus virtudes y vicios [las de los personajes]” (p.84).3
Algunos capítulos de la segunda parte del libro se componen de resúmenes críticos del status quaestionis de varios temas. Estos ensayos (a saber: VI, VII y VIII) son sumamente útiles para los estudiantes que quieran aproximarse al mundo helenístico y a la esclavitud antigua. El sexto capítulo, donde se explican las posturas diferentes hacia la esclavitud y economía romana (desde E. Ciccotti hasta R. MacMullen y R. Samson), quizá es el más exitoso, dado que logra vincular las ideas sobre la esclavitud con la historia e ideología actuales.4 Por eso, funciona, a la vez, como introducción útil y explicación de la historia intelectual. Los otros dos capítulos tienen sus méritos, pero pueden rozar lo agresivo: en general, se caracterizan por una aversión legítima hacia el tratamiento de la época helenística, de la que trataré a continuación.
La tercera parte de la obra es tan eclética como la segunda. Sin embargo, un tema sobresaliente es el de las rebeliones serviles, que el autor también trata en su libro Rebeliones populares en la Grecia helenística (1995). En tres capítulos del presente volumen el autor hace hincapié en la ausencia de miedo por parte de los señores hacia los eslavos (XVII); la naturaleza de las fuentes de que disponemos y las informaciones que omiten (XIX); y los líderes de las rebeliones como “hacedor[es] de maravillas” (XX). Este conjunto provee una buena introducción del asunto y contiene atractivas ideas sobre las rebeliones. No obstante, y como el propio autor reconoce, estos temas se tratan con más detalle en su ya mencionado libro.
La tercera sección del libro también contiene un par de ensayos sobre las ideas y el léxico de la cultura helena. Estos capítulos (XIII y XIV) abordan conceptos como la democracia y la libertad, y son muy recomendables para estudiantes universitarios y el público no especializado. Por último, otra aportación de esta parte del libro que me ha entusiasmado y puede despertar curiosidad en los lectores es el capítulo XII (“El proceso legislativo en la antigüedad clásica”), en el que se ofrece un panorama de la ley y la justicia desde Homero hasta la compilación del Digesto. Aquí, Martínez Lacy brinda al lector un buen discurso que delinea la importancia de estudiar la antigüedad hoy en día.
La cuarta parte de este volumen trata sobre filosofía. Me gustaría centrarme en el capítulo XXIII, cuyo título, “Un nuevo fragmento de Pitágoras,” podría sorprender incluso a los filósofos. Después de explicar brevemente las teorías sobre Pitágoras y la escritura, Martínez Lacy adopta la posición de C. Riedweg, quien defiende que hay evidencia suficiente de que el filosofo realmente escribió.5 Tanto es así que Martínez Lacy afirma que ha encontrado por casualidad un fragmento de Pitágoras en el libro XVIII de Diodoro de Sicilia. Aunque este argumento no convencerá a muchos, Martínez Lacy juega con el lector, aprovechando la situación para presentar una provocadora reflexión sobre la naturaleza de las colecciones de fragmentos. Como el libro en general, al autor le apetece la aporía más que una solución inadecuada.
Por último, es necesario comentar un aspecto notable: los estudios de Martínez Lacy están, a menudo, teñidos de ideas políticas. A veces, el autor sólo añade una pista al respecto, como una rápida crítica hacia Fukuyama y los neoliberalistas (p.41). En otras ocasiones, la importancia de la ideología política juega un papel fundamental: de hecho, no teme proclamar que es marxista, aprovechando la oportunidad de exponer lo que significa para él—lo cual está dentro de lo normal, aunque rompa con el dogma (p.140). Pero lo que llama más la atención (o por lo menos la de quien escribe) es el vínculo que Martínez Lacy forja entre el mundo helenístico y Latinoamérica, una relación que se manifiesta en diferentes aspectos de la presente obra. El autor sugiere varias veces que para entender la historia eurocéntrica de América colonial, hay que investigar las ideas clásicas a las que recurrieron los conquistadores: a saber, la etnografía, la filosofía y el pensamiento científico de Plinio el Viejo (p.29). Hasta aquí, nada fuera de lo habitual. Pero, tal y como Martínez Lacy explica una y otra vez, cada periodo de la historia antigua no se valora del mismo modo. Para él, el mundo helenístico ha perdido protagonismo por haber existido entre la Grecia clásica y Roma, y tenemos que “elaborar una visión propia de la época” (p.114), evitando la tendencia de resumir todo el periodo en una gran síntesis. Según el autor, Latinoamérica padece de una enfermedad semejante: suele ser analizada desde un punto de vista eurocéntrico y es considerada a menudo como una(s) colonia(s) o neo-colonia(s). En definitiva, examinar y estudiar el mundo helenístico de modo más matizado es “paradójicamente ineludible para la conservación de una cultura propia de la América Latina.”6 Esta es, sin duda, una gran aserción, que revierte la tendencia actual de buscar modelos en otros campos para explicar a la antigüedad. La idea de Martínez Lacy de que los estudios clásicos pueden influir en el mundo actual es, cuando menos, revitalizante.
En definitiva, este libro es de gran utilidad para los estudiantes y también para los investigadores interesados en la historia de los estudios clásicos. Aquellos que no estén de acuerdo con Martínez Lacy, encontrarán problemas: el ritmo puede ser vertiginoso, el análisis suele detenerse antes de alcanzar una solución definitiva, el argumento no siempre se matiza, etc. Sin embargo, estas tendencias no parecen interesarle al autor en el contexto de este libro. De hecho, la manera en la que Martínez Lacy describe un ensayo de E. M. Staerman caracteriza perfectamente su propia obra: “no es una exposición exhaustiva, ni una síntesis, sino más bien un modelo que define líneas de investigación: es una obra programática” (p.93).
En cuanto a la edición, hay que señalar la existencia de unos cuantos errores tipográficos, en su mayoría sin importancia.7 Además, el libro contiene algunos índices muy provechosos y una amplia bibliografía, la que el autor ha actualizado en algunos casos.
Notes
1. Debo esa palabra a la introducción de Moreno Leoni (p.7).
2. Además, las primeras versiones de algunos ensayos fueron escritas en otros idiomas (a saber inglés, francés y italiano), pero el autor los tradujo a español para que sean accesibles para los hispanohablantes.
3. Ibid. Vea también p.230.
4. Al respecto, hay también una descripción memorable de Diodoro de Sicilia que explica que no “era una fotocopiadora avante la lettre ” (p.234).
5. Riedweg, C. 1997. “‘Pythagoras hinterliess keine einzage Schrift’- ein Irrtum? Anmerkungen zu einer alten Streitfrage.” Museum Helveticum 54.2, pp. 65-92.
6. Respecto a eso, el capítulo debe compararse con The invention of ancient slavery por N. McKeown.
7. Salvo algunas excepciones: Wikham por Wickham (p.139); θύσις por φύσις (p.203); Eric Badian por Ernst (p.313). Los demás consisten en meras faltas de ortografía o preposiciones.