Con un ritmo marcadamente sostenido en el último lustro, la serie del editor T. Harrison ha venido publicando estudios introductorios del drama antiguo a los que suma su contribución M. Wright (W.) con esta reflexión sobre Orestes.1 No es la primera obra que W. consagra a la tardía tragedia euripidea.2 Pero la tónica de este libro está definida por la naturaleza del público más amplio al que se dirige la colección Duckworth Companions to Greek and Roman Tragedy. La expectativa de un destinatario heterogéneo (que contempla en este caso incluso a actores y directores) obliga a considerar en un marco reducido variados y múltiples aspectos; pero no hay duda de que W. logra en la concisión de este volumen introductorio abordar los tópicos más relevantes —y controvertidos— de un drama “no canónico”, calificado por el autor como “a splendid play” (p. 7). Precisamente por ello el trabajo resulta meritorio: por la pretensión de hacer justicia a un drama complejo y de una tradición igualmente extraña y compleja ( Orestes fue admirado, representado y estudiado en la antigüedad, aunque no gozó de la misma suerte en épocas posteriores), desautorizando de este modo los preconceptos sobre una tragedia a menudo dudosamente catalogada como tal.
El problema de la valoración de Orestes ha estado ligado primordialmente al hecho de que esta obra de Eurípides parece no responder a los parámetros propios del género. Y es en este punto que W. se aparta decididamente de las posturas convencionales. Retomando una precisión conceptual expuesta en su anterior ensayo ( Euripides’ Escape-Tragedies, 2005), defiende para Orestes la aplicación del sentido histórico del término tragedia (sentido que lo lleva a diferenciar ” tragôidia” de “tragedia”) y afirma, entonces, que la calificación de melodrama o tragicomedia que se ha asignado a piezas como ésta se vincula más a categorizaciones tardías que al propio contexto histórico-literario de la tragedia. Precisamente el claro propósito de atender a aquel contexto original guía las páginas de su trabajo.
El libro, encabezado por un breve prefacio (p. 7), está organizado en seis capítulos, cada uno dividido en breves secciones temáticas; a ellos se suman —como es habitual en el formato de la serie— una guía de lecturas complementarias organizadas por tópicos, la bibliografía referenciada, un glosario, una somera cronología y un índex.
El capítulo 1, “Setting the Scene” (pp. 9-28), aborda una serie de aspectos generales referidos a Eurípides y en especial a la tragedia (datación, clasificación genérica, performances y adaptaciones posteriores, tratamiento del mito), tendientes todos ellos a destacar que Orestes es un drama tardío y a revertir la reputación negativa que vincula la obra a la muerte del género. En el apartado final del capítulo W. se detiene en el análisis del prólogo ( rhêsis de Electra, vv. 1-70), al que ve como una escena “programática” que “condiciona” la mirada de toda la pieza desde su marcado tono de distanciamiento con el mundo representado. Varios de los conceptos introducidos aquí son retomados luego; con todo, el análisis final hubiera convenido quizás más a la estructuración del capítulo siguiente, donde se analiza escena por escena la obra.
Mediante este análisis en el c. 2, “Dramatic Structure and Performance” (pp. 29-50), W. se propone indagar en la recepción de la pieza, el modo en que debió percibirse la singularidad de Orestes en el marco de un teatro altamente convencional como el teatro griego antiguo, a la par que puntualizar características significativas de posteriores representaciones de la tragedia. W. encuentra que la frecuentemente criticada falta de unidad de la obra responde más bien al propósito deliberado de sorprender al espectador. De modo que la clave para la comprensión de la estructura, como asimismo de los aspectos performativos, radica en la apelación a lo que denomina “incongruity factor” (p. 33), un rasgo que han puesto de relieve versiones contemporáneas del drama sobre las que nos ilustra el autor en su trabajo. En el desarrollo del capítulo, el análisis más o menos detallado de cada una de las escenas confirma la búsqueda de ese impacto sobre la audiencia, aunque por momentos se tiene la impresión de que la variedad de elementos considerados excede a la brevedad del comentario.
El capítulo 3, “Humans and Gods” (pp. 51-71), analiza los personajes dramáticos, la interrelación entre ellos y con los dioses, partiendo del indiscutible presupuesto de que la acción humana en la tragedia antigua debe ser interpretada en relación con el plano divino (no como drama psicológico). En la primera parte del capítulo, el análisis se centra en cada uno de los personajes, sus ambigüedades y contrastes con el tratamiento en otros dramas; en la segunda, en el dilema ético que propone el crimen de Orestes al confundir las categorías de philoi / echthroi. En esta parte W. subraya la centralidad de la relación Apollo-Orestes, relación que traduce los interrogantes que plantea el plano divino en el clima intelectual de la época de Eurípides. W. rechaza atinadamente conceptos como el de “ateísmo” que han pretendido aplicarse a la obra euripidea, por considerarlo, como otras tantas categorizaciones, anacrónico, ajeno al contexto cultural de la tragedia antigua. Y el reconocimiento de un final abierto, que tiende más a plantear interrogantes que a proporcionar respuestas, refleja a nuestro juicio la comprensión de la verdadera dimensión del género.3
Entendiendo la obra como una tragedia autoconscientemente tardía, en el capítulo 4, “Late Euripides” (pp. 72-89), W. se propone indagar sobre este rasgo que paradójicamente se constituye en ayuda y obstáculo para el lector de Orestes; procura, ante todo, despojar la noción de obra tardía de su asociación con el pesimismo, la destrucción o la muerte del género. Lejos de haber sido superadas, tales asociaciones (heredadas de la visión de Nietzsche) continúan aún ejerciendo su influjo en la valoración del drama. Para rebatirlas, W. se sirve de los conceptos de Edward Said en On Late Style (London, 2006); los aspectos distintivos del estilo tardío que se señalan allí, aplicados a Orestes, bien que no proponen una radical reevaluación de la obra, ayudan sin embargo a comprender su carácter complejo. W. reivindica en este punto la modernidad de Eurípides (perceptible igualmente en la música y el tratamiento del mito), y defiende la lectura de este drama de la vejez como una continuidad de su predecesora tragedia Helena, especialmente desde el aporte de las nuevas ideas filosóficas que ambas obras integran a su trama.
En el capítulo 5, “Politics” (pp. 90-114), W. contextualiza Orestes en el marco de los últimos años de la Guerra del Peloponeso; complementa entonces la dimensión religiosa del fenómeno teatral con la focalización de su dimensión política (un aspecto cuyos alcances W. se esfuerza en precisar). Merece destacarse aquí la síntesis de los diversos enfoques críticos que en los últimos años han abordado la relación drama-sociedad. Frente a las múltiples perspectivas (más o menos ortodoxas), W. defiende el principio de atender a la singularidad de cada obra. Sin duda la cuestión política está en relación directa con la finalidad paidéutica asociada al teatro, y W. acierta al reivindicar la pluralidad de voces que en el drama es el reflejo de su naturaleza inherentemente dialógica, excluyendo el concepto del único punto de vista del autor. Pero W. también deniega a Orestes contenido ideológico (un tema que no elude la controversia): “In this play, at least, no clear political message or meaning emerges”; “There are no political lessons to be learnt from Orestes” (p. 114). De acuerdo con ello, W. examina aquí los diversos aspectos políticos evocados en Orestes (el tema de la guerra y sus causas, los valores del mundo heroico, las instituciones argivas asimiladas a las de la Atenas clásica).
A partir de un título que reproduce la calificación paródica del poeta cómico Estratis, en el último capítulo, “Euripides’ Cleverest Play” (pp. 115-137), W. procura situar a Orestes en el clima intelectual de su época. Señala así las reconocidas influencias del pensamiento sofista (especialmente de Gorgias), la medicina hipocrática (tan solo mencionada aquí) y los filósofos presocráticos (Heráclito, Anaxágoras y Empédocles). Sin dejar de defender la seriedad de las indagaciones filosóficas euripideas, W. se concentra en las nuevas ideas temáticamente integradas a las problemáticas que la tragedia explora: la teoría epistemológica y la técnica retórica sofísticas, y la visión cosmológica de los presocráticos. Advierte en el uso de la ironía, más que la presencia de un recurso metateatral, la consciencia de las relaciones intertextuales que se establecen en la obra, su diálogo permanente con la tradición literaria (mitológica) precedente, lo que permite poner de relieve la originalidad de Eurípides.
Sin duda, como concluye W., Orestes es “(a) difficult, clever, incongruous, ironical tragedy” (p. 137), una tragedia que no despierta en su lectura fáciles respuestas. Por ello destacamos especialmente en este trabajo el criterio amplio de un autor que no encasilla la obra en categorizaciones simplistas; asimismo, la constante búsqueda de precisiones conceptuales y respuestas ancladas en el contexto histórico del drama. Agradecemos también las referencias a los sitios web relacionados con las versiones contemporáneas, a veces poco conocidas, de la obra de Eurípides.
Notes
1. Sin considerar los estudios sobre tragedias de Esquilo, Sófocles o Séneca, ya suman una decena los títulos de la serie Duckworth Companions to Greek and Roman Tragedy consagrados a Eurípides, varios de ellos reseñados en BMCR.
2. Del mismo autor, Euripides’ Escape-Tragedies. A Study of Helen, Andromeda and Iphigenia among the Taurians (Oxford, 2005).
3. Solo nos sorprenden algunas referencias bibliográficas ausentes en el libro (E. M. Blaiklock, The Male Characters of Euripides, Wellington, NZ, 1952; E. Belfiore, Murder among Friends, Oxford, 2000).