[Los autores y los títulos de sus artículos se detallan al final de la reseña]
El presente libro es el resultado de un coloquio celebrado en noviembre de 2009 en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Recoge un total de 12 artículos divididos equitativamente en tres apartados. Estos son presentados en una excelente y clarificadora introducción del editor.
El primer apartado, titulado “El viajero y el medio ambiente”, engloba los escritos que tratan sobre los peligros a los que se enfrentaban los viajeros en la Antigüedad Clásica, especialmente la tempestad, los naufragios y los monstruos.
El trabajo que abre el libro, obra de Vicente Cristóbal, se centra en la tempestad como tópico literario en los textos greco-romanos. Tras mencionar brevemente su presencia en la epopeya y en la historiografía, Cristóbal se detiene en el análisis de dicho tópico en las Odas y Epodos de Horacio. Como nos indica el autor, en la lírica horaciana la tempestad es utilizada de forma metafórica, como en la oda I 3, una composición de tipo propemptikon, en la que Horacio expresa su deseo de que un viaje que Virgilio pretende realizar a Grecia no sufra contratiempo alguno. Según Cristóbal, puede que dicho viaje no tuviera lugar realmente, y en realidad fuera una metáfora referida a su Eneida. También la tempestad simboliza otras realidades como el carácter cambiante de las mujeres (y de algún hombre), los vaivenes de la vida o las tribulaciones políticas de Roma. Asimismo en relación a otro propemptikon, el epodo X, Cristóbal aporta la idea de que sea dependiente de un poema generalmente atribuido a Hiponacte, pero que se cierra con un juego de inversión tópica con un fragmento de la Eneida (V 772-773). El interesantísimo artículo de Cristóbal se cierra con varios ejemplos de lírica renacentista española que, influidos por Horacio, hacen uso de este tópico literario.1
Por su parte, Jiménez-Guijarro realiza en primer lugar una introducción en la que trata la cuestión del origen de la navegación. A continuación se hace referencia a los peligros del mar, que el autor diferencia entre las causadas por fenómenos naturales y las debidas a la mano del hombre; también se menciona la obligación del navegante a sobrevivir y regresar a su hogar, y no sólo por sus propios medios, sino con la ayuda de los dioses. La parte más interesante del trabajo de Jiménez-Guijarro son las referencias a naufragios que se hallan en algunos pasajes de la literatura greco-romana y, sobre todo, la recapitulación de las evidencias arqueológicas de naufragios en el Mediterráneo de la Antigüedad Clásica, pues, gracias a la arqueología submarina, ciencia de muy reciente desarrollo, los pecios y los restos de sus cargamentos nos dan una retrato cada vez más claro de las relaciones económicas de la Antigüedad (pp. 57-67).
En su artículo, el interés de Pajón Leyra, tras mencionar sucintamente la concepción geográfica de los griegos, y de cómo ésta evolucionó, se centra en catalogar de alguna manera las criaturas mencionadas en las obras historiográficas o los periplos, utilizando para ello el esquema organizativo geográfico de de la Antigüedad. La aportación que me gustaría destacar del trabajo de Pajón Leyra es la reconstrucción propuesta por la autora de la didascalia general del animalario que ocupa el reverso del famoso Papiro de Artemidoro (pp. 80-81). También la autora hace hincapié en la existencia de una extensa tradición literaria de origen indio que pudo influir en las referencias a seres fantásticos que hallamos en la Pérsica de Ctesias de Cnido, aunque sin descartar las aportaciones de la simple rumorología de la corte de Artajerjes II, a la que perteneció como médico personal del monarca.
El trabajo de Gómez Espelosín cierra el primer apartado del libro. En una época en la que los mapas eran un objeto escaso y no muy fiable, el autor nos habla de la forma paulatina—lenta sí, pero segura—en que el ser humano iba almacenando elementos identificables de la topografía que le ayudaran en la composición de un itinerario seguro para sus viajes, frente a la aventura personal de un individuo llena de riesgos y falta de control, especialmente en mar abierto, abocada la mayor parte de las veces al desastre. Todo ello lo ejemplifica con pasajes de la Odisea, de Heródoto (las expediciones de los foceos y de Coleo a Tartesos, la del desgraciado Sataspes) y de Estrabón (la fracasada intentona de Eudoxo de Cízico). Asimismo Gómez Espelosín menciona los peligros a los que se exponían las expediciones terrestres que se internaban en territorios desconocidos faltos de referencias, como las vicisitudes narradas por Jenofonte en su Anábasis.
La segunda sección, “Encuentros y desencuentros”, que analiza los peligros que corrían los viajeros por mano del hombre, comienza con un artículo de Martín Hernández que se centra en la información que se pueden leer en los papiros acerca de las motivaciones, medios y vicisitudes de viajar por el Nilo y su rivera en época greco-romana. La autora llega a la conclusión de que había un importante trasiego de viajeros, incluso de mujeres solas, así como de mercancías, y que los peligros también eran abundantes.
Álvarez-Ossorio dedica su estudio a los piratas que infestaron las aguas del Mediterráneo durante la Antigüedad Clásica. Los pasajes literarios que presenta confirman que ya antes del s. VIII a. C. la actividad pirática griega era importante (a esos pasajes no me resisto yo a añadir las mentiras que cuenta Odiseo en la cabaña de Eumeo [ Od. XIV 191-359], que, en mi opinión, resumen mejor las vicisitudes que podía experimentar todo hombre de mar: acaudillar una cuadrilla de piratas cretenses, ser a su vez secuestrado por astutos fenicios o piratas tesprotas para ser vendido como esclavo y sufrir tempestades y naufragios). Álvarez-Ossorio asimismo menciona cómo los mercados de esclavos fueron un elemento importante del comercio mediterráneo. Alude además a las relaciones entre el poder político y la piratería, dejando claro que, a pesar de la propaganda de los emperadores, la actividad pirática siguió existiendo durante toda la época del Alto Imperio. Se agradecen las ilustraciones que acompañan el artículo, aunque el final del artículo (pp. 143-147) está algo deslavazado en mi opinión, pues en él se mezcla sin solución de continuidad el aspecto de los barcos piratas, el aspecto físico de los propios piratas, su organización jerárquica o su caracterización moral.
Por su parte, Hidalgo de la Vega se centra en la figura de los bandoleros a los que el género novelístico griego y romano, partiendo de la realidad histórica, convierte en “arquetipos de rebelde social”. La autora, tras estudiar la terminología para designarlos y constatar su existencia en la literatura historiográfica, hace uso de la novelística antigua griega, pero fundamentalmente de la obra de Apuleyo, para analizar el fenómeno de los bandidos (dónde y cómo vivían, cuál era su espacio de actuación, su organización, su represión y su relación con el poder). Sólo un apunte: en el apartado que trata sobre el hábitat de las comunidades de bandoleros, la autora menciona dos pasajes de Dión Casio sobre los famosos boucoloi egipcios (LXX 2, 4 que no he logrado encontrar; LXXI 4 (no LXXII 4)). Según ella, el historiador los describe como unos asaltantes de caminos caníbales. Sin embargo, yo no encuentro dicha caracterización en el oscuro episodio de antropofagia mencionado por Dión Casio.2. El artículo de Reboreda Morillo cierra el segundo apartado del libro. En su trabajo se centra en la perspectiva de aquellos que aguardan el regreso del viajero, tomando como figura emblemática a Penélope, la esposa de Odiseo. La autora ve en la figura de Penélope no una figura pasiva, sino un agente “indispensable” para el devenir de los acontecimientos que suceden y sucederán en el palacio. Es interesante anotar su opinión de que el matrimonio de uno de los pretendientes no daría acceso directo al trono de la Ítaca, aunque sí lo favorecería, pues para alcanzar el trono habría que eliminar al heredero natural, Telémaco. Sin embargo, no entiendo a su vez la razón por la que la proximidad del momento en que Telémaco asumirá su papel como dirigente conlleve la obligación por parte de Penélope de elegir un nuevo marido, como también afirma la autora.
Como se va viendo a lo largo de la lectura del libro, los numerosos peligros a los que se enfrentaban los viajeros hacían que estos se encomendaran a la protección divina, tema en el que se centra el tercer y último apartado titulado “Bajo el amparo divino”.
En su trabajo, Marco Simón estudia en primer lugar el papel de los dioses, especialmente Hermes, como protectores de los viajeros; en segundo lugar se extiende en el análisis de recientes hallazgos epigráficos de Hungría y, especialmente, de la Península Ibérica, que mencionan a divinidades protectoras o de caminos o de viajeros.
Por su parte, Romero Recio dedica su estudio a los dioses a los que se encomendaban los marineros y que, como la autora demuestra, tras adaptarlos a su particular religiosidad, abarcaban casi todo el panteón, al que los navegantes añadían las divinidades de las comunidades con las que entraban en contacto.
Alvar Nuño se ocupa, tras una interesante introducción, de estudiar las prácticas mágicas que se realizaban para proteger los barcos durante las travesías, y de los medios personales de protección, como eran los amuletos y las piedras mágicas, convertidos, según Alvar Nuño en “mecanismos” que “se nutrían de la variada oferta religiosa del Imperio y los reproducían, mostrando así un sistema supraestructural coherente que integraba a todos sus miembros en cualquier lugar” (p. 257).
Cierra el tercer apartado y el libro el artículo de Montero Herrero sobre el importante papel que la adivinación representó a la hora de decidir si viajar o no. Así lo atestiguan los abundantes poemas de tipo propemptikon, y la presencia en otras obras literarias de pasajes que tratan de la toma de auspicios, de la atención a los prodigios, de la consulta a los adivinos, augures y astrólogos, y de la interpretación de sueños y presagios antes de emprender viajes o expediciones militares. Además, como señala Montero Herrero, estas prácticas estaban las más de las veces fuera de las prácticas oficiales de la religión del estado.
Estamos ante un trabajo notable, de gran erudición, que crea una visión de conjunto diversa, como es lógico ante una obra colectiva, sobre el tema de los peligros de viajar en la Antigüedad, a través de un mosaico de doce trabajos basados en distintas disciplinas humanísticas, desde la literatura a la historia o la arqueología, pasando por la epigrafía, la papirología o la antropología. La visión también se puede considerar desigual al convivir trabajos que tratan temas muy concretos (el [nostos] de Odiseo, por ejemplo) con otros mucho más generales (los naufragios en el Mediterráneo). Echo de menos, sin embargo, algún trabajo o, al menos, alguna mención a la cuestión de la astronomía y del uso de las estrellas para la navegación: hubiera sido de gran valor e interés. De todos modos, al final de su lectura el libro cumple con las expectativas del interesado, para quien, en el caso de querer profundizar sobre cualquiera de los temas tratados, le será muy útil el apéndice bibliográfico al final de cada artículo. Todo ello está en el haber del editor.
El número de errores de impresión es relativamente escaso, aunque abundan en algunos artículos más que en otros. Los que se deben a un mal corte de la palabra por guión al final de línea afean un poco el texto (por ejemplo Pen- élope, pp. 196 y 197). Sin embargo, hay que señalar algunos errores más graves en el artículo de Reboreda Morillo: por tres veces (pp. 190 y198) confunde el uso de la secuencia condicional negativa ( si no) por la correcta conjunción adversativa sino. Asimismo, es probable que cuando afirma que Laertes, igual que Odiseo, “había detentado” el puesto de basileus (p. 190), se refiera más bien a que lo había ocupado (véase DRAE “detentar”). Hay además (pp. 190 y 250) confusión en el uso de “deber de + inf.” (suposición) con “deber + inf.” (obligación). Por último he de indicar que a lo largo del libro se citan numerosas referencias bibliográficas que no hallamos al acudir a los apéndices bibliográficos. También hay otros autores que alternan su apellido, como HOFF o HOOF 1998. Queda probablemente en el debe del editor una relectura de alguno de los originales entregados.
Contenido
EL VIAJERO Y EL MEDIO AMBIENTE
La tempestad como tópico literario (Vicente Cristóbal López). 21
Naufragios en el Mediterráneo: Prehistoria y Antigüedad (Jesús Jiménez- Guijarro). 43
Monstruos y criaturas de fantasía (Irene Pajón Leyra). 71
La ruta ausente: viajeros y expediciones perdidas (Francisco Javier Gómez-Espelosín). 91
ENCUENTROS Y DESENCUENTROS
Viajar por el Nilo en época greco-romana. El testimonio de los papiros (Raquel Martín Hernández). 115
Un riesgo constante de los viajeros por el Mediterráneo durante la Antigüedad: los piratas (Alfonso Álvarez- Ossorio Rivas). 131
Bandidos y asaltantes en la novela greco-romana. El asno de oro de Apuleyo de Madaura y otras novelas griegas (siglos II-III d. C.) (M a José Hidalgo de la Vega). 151
El nostos de Odiseo desde la perspectiva de los que esperan: la activa inactividad de Penélope (Susana Reboredo Morillo). 185
BAJO EL AMPARO DIVINO
Los dioses de los caminos (Francisco Marco Simón). 205
Los dioses de los navegantes (Mirella Romero Recio). 223
Magia y amuletos para el viajero (Antón Alvar Nuño). 241
Adivinación y navegación en la Roma Antigua (Santiago Montero Herrero). 261
Notes
1. Sobre el tópico, véase la entrada “Travesía de amor” de G. Laguna en R. Moreno Soldevila (ed.), Diccionario de motivos amatorios de la literatura latina (siglos III a. C. – II d. C.), Exemplaria Classica. Anejo II, Huelva, 2011.
2. La bibliografía consultada tampoco interpreta nada de esto: J. Winkler, “Lollianus and the Desperadoes”, en JHS 100 (1980), pp. 155-181; M. Brioso Sánchez, “Egipto en la novela griega antigua”, en Habis 23 (1992), pp. 197-215; I. Rutherford, “The Genealogy of the Boukoloi: How Greek Literature Appropriated an Egyptian Narrative- Motif”, en JHS 120 (2000), pp. 106-121.