BMCR 2010.11.19

Mystery Cults of the Ancient World

, Mystery Cults of the Ancient World. Princeton/Oxford: Princeton University Press, 2010. 256. ISBN 9780691146386. $39.95.

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A partir de testimonios literarios, iconográficos y arqueológicos, Hugh Bowden propone un recorrido por diversos cultos mistéricos cuyo nexo es la iniciación, una experiencia de contacto inmediato con la divinidad.

En la Introducción Bowden trata de aproximarse a la naturaleza de la religión del mundo grecorromano antes del cristianismo. Además de la multiplicidad de dioses y sus zonas de influencia, el autor analiza brevemente el modo en que el hombre conoce a los dioses y trata de comunicarse con ellos mediante las prácticas religiosas. Bowden se centra a continuación en el objeto principal de su estudio, la iniciación y los ritos mistéricos, que comparten rasgos comunes, como las denominaciones (en los textos aparecen consignados como orgia, mysteria o teletai), las celebraciones nocturnas o la experiencia extática. El autor cuestiona la idea bastante arraigada de que los cultos mistéricos ofrecen una esperanza de vida mejor tras la muerte e introduce también el espinoso problema del secreto. Sobre los iniciados pesaba la prescripción de no revelar información sobre las doctrinas y objetos sagrados revelados durante el ritual.

El primer capítulo está dedicado a los Misterios de Eleusis, considerados los más venerados de los cultos mistéricos antiguos. El mito fundacional está recogido en el Himno homérico a Deméter pero, con buen criterio, Bowden prefiere reconstruir lo acaecido en los Misterios recurriendo a otros testimonios. Bowden traza a grandes rasgos la historia de la ocupación de Eleusis y describe los preparativos y las procesiones del festival que se prolongaba desde el 13 hasta el 23 de Boedromión. Los ritos cumplidos en el interior del santuario, los llamados τὰ δρώμενα, τὰ δεικνύμενα y τὰ λεγόμενα, “lo que se hace, lo que se muestra y lo que se lee”, estaban vedados a los profanos, si bien el testimonio de algunos autores antiguos sugiere que se escenificaba el rapto de Perséfone y su regreso.1 El autor subraya muy acertadamente cómo el culto eleusinio combina lo público, el festival organizado y controlado por el estado ateniense, con lo privado, la experiencia de interiorización personal. La misma combinación aparece en los Misterios de los Cabiros y de los Grandes Dioses tratados en el segundo capítulo.

El culto de los Grandes Dioses, que han sido identificados con los Cabiros y los Coribantes, remonta al menos al s. VII a. C. A diferencia de Eleusis, donde la iniciación se realizaba una vez al año, en Samotracia no existía ocasión prefijada. Desafortunadamente no se conservan relatos sobre iniciaciones, pero se ha propuesto que la búsqueda de ayuda divina para superar los peligros en el mar podría haber sido una de las motivaciones para iniciarse. Bowden examina los testimonios de un santuario dedicado a los Cabiros en Lemnos y otro en Beocia, al oeste de Tebas, y cita la existencia de lugares de culto en Imbros y Delos. Otro importante vestigio del culto de los Cabiros es la cerámica cabiria, decorada con figuras grotescas que realizan diversas actividades, muchas relacionadas con el alcohol. Bowden aborda también la delicada cuestión de la identificación de los Cabiros y sus orígenes. En la literatura, se identifica a veces a los Cabiros con los Grandes Dioses de Samotracia, pero en los documentos epigráficos procedentes de la isla no se da tal confusión y los Grandes Dioses son siempre los Megaloi Theoi. El capítulo se cierra con una reflexión sobre la ausencia de temas escatológicos en ambos cultos.

El tercer capítulo versa sobre santuarios griegos de menor importancia en los que se llevaban a cabo iniciaciones. Brevemente se pasa revista a los misterios celebrados en Andania, Arcadia, Licosura, Flía y varias ciudades de Asia Menor, como Pérgamo, Éfeso, Esmirna o Cízico. El autor analiza también los cultos de Deméter y Perséfone atestiguados en la Magna Grecia, que, en su opinión, no parecen haber seguido el modelo de iniciación eleusinia. Controvertida resulta su asociación de los pinakes locrios exclusivamente con ritos de paso, sin tener en cuenta el universo cercano de las láminas de oro.2

La protagonista del quinto capítulo es la Madre de los Dioses, epíclesis que se da a diversas diosas griegas (Gea, Rea, Deméter y, sobre todo, Cíbele) y a la divinidad romana Magna Mater Deorum Iadea. El lugar de culto de la Gran Madre mejor atestiguado se encuentra en Cízico. En honor de esta diosa en Atenas se erigió un Metroon, se celebraba un festival llamado Galaxia y hay noticias sobre un culto extático asociado con los Coribantes. En Roma se la veneraba en un templo en la colina del Palatino. En cuanto a los seguidores de la Gran Madre, Bowden sostiene con buenos argumentos que la castración de los llamados metragyrtai y Galli, no era un requisito obligatorio.

El culto extático de la Magna Mater presenta rasgos comunes con el dionisíaco, analizado en el capítulo quinto. Se trata probablemente del estudio más difícil de abordar por lo amplio del tema y lo limitado del espacio. Bowden, sin embargo, acota muy bien los aspectos que le parecen más interesantes. Bajo el epígrafe de “Dionysus: Theatre and Wine” se analizan las vertientes pública y privada del culto de Dioniso, esta última bien ejemplificada con las Bacantes de Eurípides. A continuación, el estudioso se centra en el concepto de tíaso y trata de ilustrar su significado mítico y ritual con testimonios literarios y epigráficos. Interesante, aunque hipotética, resulta su propuesta de que los ritos más frenéticos estuviesen restringidos a mujeres. Entre las actividades de los tíasos se citan sacrificios y procesiones de carácter público o abierto, junto a otras procesiones secretas, y probablemente limitadas a los iniciados, que eran celebradas en la montaña por mujeres o grupos separados de hombres y mujeres. El autor insiste en la idea de que hay una inversión de las normas sociales: el rito dionisíaco privado transporta de la civilización a lo salvaje, tanto en la localización (se va de la ciudad a la montaña), como en el comportamiento (se llevan pieles de animales en lugar de ropa tejida). Aborda también Bowden la continuidad del culto dionisíaco en Roma centrándose fundamentalmente en dos testimonios. El primero es el Senatus Consultum de Bacchanalibus, que prohibía los ritos secretos y reuniones mixtas de hombres y mujeres y obligaba a suprimir ciertos grupos de reciente creación; probablemente su finalidad era evitar que el culto dionisíaco se convirtiese en una tapadera para ciertas actividades políticas, amparándose en el requisito del secreto. Los ritos citados en el decreto coinciden en lo esencial con los del segundo testimonio, el relato de Livio sobre las Bacchanalia. Bowden estudia también los frescos de la Villa de los Misterios en Pompeya, pero parece preferir interpretarlos como una escena de matrimonio más que como un rito dionisíaco.

El capitulo sexto, titulado “Private initiation”, aborda el universo de los oficiantes religiosos privados que, bajo la autoridad de ciertos escritos, realizan teletai y orgia que implican purificación y algún tipo de revelación. Bowden admite la presencia dominante de Orfeo en estos cultos, pero considera una suposición de historiadores del pasado la existencia de un movimiento religioso, el orfismo, basado en su enseñanzas. Estudios recientes sostienen, sin embargo, la hipótesis contraria.3 El autor examina algunos pasajes claves para la reconstrucción de estos cultos, entre ellos el Papiro de Derveni y un conocidísimo pasaje de la República de Platón (364b-e), pero se echa en falta una visión de conjunto más rigurosa de los numerosos testimonios que tratan este particular.4 Del mismo modo, la afirmación de que en estos cultos no se transmitían doctrinas (p. 145) pasa por alto toda la problemática del mito de Dioniso y los Titanes, así como las ideas órficas sobre el alma y el Más Allá.5

Dedica Bowden el séptimo capítulo al estudio de las laminillas de oro, presentando los textos de Hiponio y Turios. Analiza brevemente el origen, las características y la función de estos documentos. Resulta novedosa pero muy arriesgada su propuesta de que las laminillas estuviesen destinadas a no iniciados que en el último momento decidían comprarse un pasaporte al Hades. La hipótesis no parece avenirse bien con el texto críptico y simbólico de las láminas, comprensible sólo para quien sabe lo que va a leer.6

El capítulo octavo examina los misterios de Isis en el mundo grecorromano, centrándose en el cuadro detallado que ofrece el relato de la iniciación de Lucio en el libro 11 de las Metamorfosis de Apuleyo. El culto de Isis se presenta como un universo muy variado cuyo sacerdocio parece haberse vuelto más complejo con el devenir del tiempo. No en vano los fieles actuaban como oficiantes tras pasar por un proceso de varias iniciaciones que les permitían alcanzar distintos rangos en la jerarquía del culto.

El mitraísmo, estudiado en el capítulo noveno, florece en territorio imperial desde el s. I d. C. hasta el IV. Las reperesentaciones astrológicas que decoraban los mitreos ilustraban a los iniciados sobre el lugar de dioses y hombres en el universo, aunque es difícil saber con seguridad qué significan los siete grados de la jerarquía mitraica, cada uno correspondiente a un planeta.

En el capítulo décimo Bowden analiza el renacer de cultos mistéricos en el s. IV a. C., un momento en que el cristianismo se estaba convirtiendo en la religión predominante del imperio. El estudioso examina la actitud de los filósofos y los escritores cristianos hacia los cultos mistéricos, revisa el vocabulario compartido por unos y otros y trata de analizar las analogías y diferencias de determinados ritos cristianos, como el bautismo y la comunión, con la iniciación pagana. El siglo V d. C. supone el fin de los cultos mistéricos y la relegación de la experiencia extática a los márgenes de la sociedad.

En el último capítulo, el autor analiza ciertos rasgos comunes a los cultos mistéricos estudiados, como el uso del término mystes, para denominar a los fieles, el énfasis en el secreto, o lo experimentado durante la iniciación. El autor trata de buscar un paralelo a esa experiencia extática en un rito contemporáneo: la manipulación de serpientes en el servicio de Pentecontés en determinadas comunidades de Norteamérica.

La obra se completa con una mapa del mundo mediterráneo y el Próximo Oriente, las abreviaturas usadas y un índice analítico muy completo. Es digna de mención también la bibliografía, que está bastante actualizada y, sobre todo, recoge las obras esenciales de los cultos tratados.

En definitiva, el volumen constituye una importante aportación para quienes desean “iniciarse” en el estudio de las religiones mistéricas grecorromanas, y ofrece a su vez una visión de conjunto muy interesante para los especialistas en ellas. Las ilustraciones y las excelentes fotografías, perfectamente escogidas, favorecen la visualización de muchos de los aspectos tratados y hacen aún más amena la lectura de un libro que traspasa con creces los límites de la alta divulgación científica.

Notes

1. Bowden presenta la reconstrucción de K. Clinton, “The Sanctuary of Demeter and Kore at Eleusis”, en N. Marinatos–R. Hägg, Greek Sanctuaires: New Approaches, London 1993, 110-124.

2. Véase M. Giangiulio,”Le laminette auree nella cultura religiosa della Calabria greca: continuità ed innovazione”, en S. Settis (ed.), Storia della Calabria antica II. Età Italica e Romana, Roma-Reggio Calabria 1994, 11-53 (32-33).

3. A. Bernabé-F. Casadesús (eds.), Orfeo y la tradición órfica: unreencuentro, Madrid 2008, con discusión y bibliografía.

4. A. Bernabé, Poetae Epici Graeci Testimonia et fragmenta, Pars. II, Orphicorum et Orphicis similium testimonia et fragmenta, Monachii et Lipsiae, II, 2005, especialmente frr. 546-679,1096-1126; A. I. Jiménez San Cristóbal, “El ritual y los ritos órficos”, en Bernabé-Casadesús (op. cit.), 731-770; id. “Los orfeotelestas y la vida órfica”, Bernabé-Casadesús (op. cit.), 771-799.

5. Véanse, por ejemplo, los estudios recogidos el libro de Bernabé-Casadesús (op. cit.), bajo el epígrafe “El marco de las creencias órficas”, 579-730.

6. A. Bernabé – A. I. Jiménez San Cristóbal, Instructions for the Netherworld. The Orphic Gold Tablets, revised and enlarged ed., Leiden-Boston-Köln 2008, 230-231.