Publicada originariamente en 1971 y reimpresa en 1986, la obra de S. Barlow, en esta tercera edición, se propone, tal como señala la autora ” to redefine imagery and to study the ways in which this kind of pictorial language works dramatically within the separate modes” (p.xi). Si bien este objetivo no difiere del que animaba la primera edición, las renovadas lecturas de la obra eurípidea y las conclusiones a las que Barlow arribó en las dos ediciones anteriores de Euripides’ Trojan Women y Heracles, publicadas por Aris and Phillips en 1986 y 1996, enriquecieron sustancialmente su comprensión acerca del lenguaje pictórico y su funcionalidad, ya que éste no opera como un mero detalle ornamental sino como un elemento dominante e integrador. El libro contiene seis capítulos, seguidos de un apartado de Notas, Indices y Bibliografía general. A una breve Introducción a esta Tercera Edición se suman, además, los datos de una bibligrafía actualizada.
En el prólogo, Froma Zeitlin destaca el minucioso trabajo de Barlow, quien se ha dedicado a poner de relieve un aspecto importante del drama eurípideo: la especial prominencia del lenguaje descriptivo en odas corales, narraciones del mensajero, monodias líricas, etc., elemento que, en el análisis de Barlow, adquiere la dimensión suficiente para que el lector pueda visualizar y comprender de manera más profunda las innovaciones del dramaturgo. A modo de ejemplo, Zeitlin esboza algunas peculiaridades de tres pasajes: una oda coral de Helena, la monodia de Creusa en Ion y la parodos de Fenicias; en los tres textos se pone de manifiesto la fuerte tendencia de Eurípides de enfatizar condiciones y detalles de la experiencia visual, ya sea para expandir el campo de la visión más allá de los límites del teatro, para registrar un estado de emoción privada, vívidamente expresada en la monodia, o en un relato objetivo a cargo del mensajero.
En el primer capítulo “Modes of Imagery”, Barlow hace mención de la crítica que ha juzgado a Eurípides y las razones por las cuales el dramaturgo ha sido comparado de manera desfavorable con Esquilo. En lo que respecta a cuestiones estilísticas, según observa la autora, se ha tendido a juzgar la imaginería euripídea según los criterios esquíleos, esto es, se ha dado un lugar prominente al uso del símil y de la metáfora, descuidando las imágenes descriptivas que enriquecen y estimulan el sentido visual y tienen un determinado propósito en el desarrollo del drama. Este aspecto es, precisamente, el que marca el talento individual de Eurípides frente a su predecesor. Con el objeto de iluminar la función de la metáfora en la tragedia euripídea, Barlow analiza el Coro del Agamenón de Esquilo y el impacto del arribo de Helena a Troya; cada una de las metáforas del canto lírico combina el sentido de lo que Helena es en sí misma y las circunstancias por las cuales su conducta envuelve a todo un pueblo en la destrucción. Barlow enfoca luego su análisis en las diferencias y semejanzas entre Eurípides y Píndaro, fundamentalemente en lo que respecta al uso del epíteto. La adopción, por parte del dramaturgo, de los epítetos pindáricos y la invención de algunos más por analogía, revelan una nueva sensibilidad del dramaturgo para lograr efectos visuales de luz y color. Eurípides, a diferencia de Píndaro, y tal como lo revela el pasaje final de Ifigenia en Táuride, agrupa los adjetivos de modo tal que la impresión unificada del final surge después de una síntesis de diversos y contrastantes efectos. La autora analiza luego las diferencias entre Eurípides y Esquilo, para lo cual centra su atención en la destrucción de Troya tal como aparece plasmada en Agamenón y Troyanas. En la plegaria a Zeus, pasaje que ambos dramas tiene en común, mientras Esquilo piensa el evento en términos de símbolos inmediatos, sin establecer ninguna relación entre los objetos o entre ellos y lo que ilustran, Eurípides elabora una extensa mirada de Troya y sus cercanías con el objeto de resaltar la magnitud de su captura.
En “The Choral Odes: Imagery of Place”, Barlow focaliza su atención en la acumulación de detalles visuales y sensoriales en las odas corales, cuya función es intensificar o contrastar con la acción siguiente del drama. Las odas de Troyanas, en donde la ciudad capturada de Troya es una visión constante en los ojos del Coro y los stasima de Bacantes en donde las ménades y el mismo protagonista cantan al paisaje natural para posibilitar la revelación de Dionysos, contienen elementos de vital importancia que acentúan e intensifican la tragicidad de la escena próxima; Medea, Ifigenia en Táuride, Heracles son, por otra parte, las obras con las cuales la autora ejemplifica el sentido visualmente decorativo de las odas que actúan como contraste con el desarrollo de la obra. En cada una de estas piezas trágicas, el lenguaje pictórico del Coro, al describir y resaltar un lugar o espacio físico determinado, permite que se registren las emociones propias de cada situación y transmite la descripción del mundo que ellos y los otros actores habitan.
En el capítulo siguiente “Monody and Lyric Dialogue. Subjective Landscapes” Barlow argumenta que la monodia usa un lenguaje similar al de la lírica coral pero expresa un uso diferente: según señala la autora, en la monodia “we see not visual description over extended lenghts to convey background, but narrower more focussed images to convey a high foreground” (p. xiii). El monodista incorpora intensas y concentradas imágenes que le sirven para expresar emociones y transmitir preocupaciones con frecuencia irracionales. Esto es particularmente notorio en las tragedias cuya datación se estima alrededor del 415 a.C.: Ion, Troyanas, Electra e Ifigenia en Táuride. S.B. observa que una de las innovaciones más significativas de Eurípides “was to increase and explore the possibilities of mixing trimeters and lyrics in dialogue” (p.56), cuyo propósito era explotar las diferencias entre los niveles emocionales, para lo cual analiza escenas de Alcestis y Fenicias. De este modo, a través de la imagen, actitudes ocultas o desconocidas de los caracteres tales como el temor religioso de Ion, la cólera de Creusa, la amargura de Electra, el extraviado idealismo de Antígona adquieren especial significación y dimensión en el desarrollo dramático.
En el capítulo cuatro, “The Messenger Speech: Factual Landscapes”, Barlow se ocupa del discurso del mensajero en el drama eurípideo. La autora considera a este personaje un “outsider” en el sentido de que no pertenece a la misma familia ni a la misma clase social que el protagonista y mantiene en el drama un rol discreto. En cuanto a su discurso, es dueño de una narrativa en la que predominan la claridad visual y la intensidad pictórica que operan en el discurso como singulares modos de persuasión. Desde esta óptica son analizadas Bacantes y Heracles. A diferencia de lo que ocurre en la monodia o en la lírica, el discurso del mensajero no constituye un modo primario de empatia o sentimiento. La información que brinda acerca de los actos de los personajes (la conducta de Medea, el accidente de Hipólito, el homicidio del hijo de Agave) permite al espectador una primera evaluación de los hechos y contribuye a una mayor comprensión acerca de la naturaleza de esos actos. Eurípides, en contraste con sus dos imitadores, Filóstrato y Séneca, da a este personaje una función dramática altamente significativa, ya que, si bien la extraordinaria claridad de su discurso da una errónea impresión de simplicidad, resulta, en realidad, un enunciado astutamente construido para guiar al oyente a una completa aceptación. De este modo, como señala Barlow, la frase ‘Ars est celare artem’ es particularmente cierta en el discurso de los mensajeros euripídeos.
En el capítulo cinco ” Rhesis and Iambic Dialogue: Imagery of Physical Appearance” la autora discute cómo la condición física, descrita gráficamente, llega a ser significativa como factor dramático en los diálogos yámbicos y en las rheseis. Desde esta perspectiva son analizadas Electra, Orestes y tres pasajes de Bacantes. El diálogo yámbico, según señala Barlow, llega a ser en manos de Eurípides una fuente de energía dramática que otorga un fuerte realismo a cada personaje, en relación a sí mismo y en su relación con otros.
El capítulo seis, “Simile and Metaphor as Supporting Imagery”, se ocupa de señalar, en primer lugar, de qué modo esta forma de imaginería refuerza el lengaje descriptivo del texto euripídeo. La autora parte de las consideraciones de algunos críticos que han negado sistemáticamente una función importante y orgánica de la metáfora o el símil en el dramaturgo, otorgándoles un simple rol ornamental. Revisa en principio las metáforas náuticas de Medea y las expresiones metafóricas de tres personajes contrastantes en Hipólito : la nodriza, el coro e Hipólito. Dedicándose luego al estudio de símiles y epítetos descriptivos, la autora demuestra cómo, especialmente en Hécuba, las imágenes descriptivas y las metáforas trabajan cooperativamente para enfatizar el simbolismo de las murallas de Troya.
Cierra el libro una extensa conclusión, seguida de un apartado de Notas, un índice de pasajes de textos citados, la bibliografía utilizada con la inclusión de las principales ediciones de las obras y un índice general.
Esta nueva edición de la obra de S. Barlow resulta atractiva no sólo por su enfoque ya conocido por estudiosos del mundo griego, sino por el minucioso y exhaustivo análisis de cada uno de los pasajes trágicos citados y por el cuidadoso despliegue de las imágenes que otorgan nuevas dimensiones dramáticas a la obra de Eurípides. Por otra parte, resulta útil la bibliografía que la autora actualiza y que sin duda ha enriquecido esta nueva mirada de la imaginería euripídea.