El último volumen aparecido hasta hoy de la valiosa serie ‘Il mito, testi e saggi’, dirigida por la Prof. Anna Santoni (Pisa), es la traducción al italiano del epistolario, publicado originalmente en 1818, entre Friedrich Creuzer y Gottfried Hermann, un “libretto meraviglioso per dottrina, chiarezza e nobiltà”, según Arnaldo Momigliano. Es un acierto de esta edición, además, que la curatrice, Sotera Fornaro, haya anñadido a las cartas el ensayo de Hermann, igualmente dirigido a Creuzer, Sulla natura e lo studio della mitologia (pp. 189-280), pero originalmente publicado aparte. La correspondencia epistolar entre estudiosos, un precioso testimonio a medio camino del ámbito privado y público, se ofrece como una sugerente línea de investigación para la reconstrucción de los momentos y las etapas de la historia de la filología (cf. Corinne Bonnet & Véronique Krings [ed.], S’écrire et écrire sur l’Antiquité. L’apport des correspondances à l’histoire des travaux scientifiques, Grenoble, 2008). Pero además sirve para rastrear y desenmarañar aquellas líneas que orientarán los debates científicos posteriores y sus ramificaciones arborescentes, lo que permite ‘historizar’ nuestros estudios. Es de gran ayuda, en definitiva, para saber lo que nos traemos entre manos cuando investigamos y por qué nos preguntamos lo que nos preguntamos.
En efecto, más allá del valor documental como testimonio para la mejor comprensión de las investigaciones en curso sobre mitología a comienzos del s. XIX, la correspondencia entre Creuzer y Hermann suscita interrogantes que no han perdido un ápice de actualidad para todos aquellos que nos interesamos por las relaciones entre mitología y mitografía, por los límites de la interpretación y por las fronteras (borrosas) de los textos. En definitiva, nos sumergimos por completo, en palabras de Sotera Fornaro, en un “problema centrale della nascente Altertumswissenschaft : e cioè quale sia il rapporto tra critica del testo e interpretazione” (p. 16).
A lo largo de la serie de seis cartas (tres por interlocutor, las últimas muy extensas) se dibujan dos maneras netamente distintas de entender la mitología griega y, más allá, la filología clásica. Gottfried Hermann (1772-1848) y Friedrich Creuzer (1771-1858) parecen fatalmente destinados a estar en desacuerdo. Hermann, un filólogo mucho más sólido que Creuzer (baste recordar que alrededor de un millar de sus contribuciones textuales se han hecho un hueco en las ediciones modernas), es deudor de la tradición racionalista e ilustrada alemana. En sus cartas se escapan, esporádicamente, proclamas racionalistas, ‘progresistas’ y ‘laicas’, que suscitan, a nuestras miradas escépticas y posmodernas, una sonrisa condescendiente: “La nascente […] propensione della nazione a filosofare e a ricercare non poteva restare presso i Greci senza influsso sulla teologia, proprio come da noi”, con lo cual, eventualmente, “sarebbe stata eliminata e distrutta l’essenza della teologia ed il fondamento del sacerdozio, il dogma e la fede religiosa, precisamente come ai nostri giorni il razionalismo sempre crescente finirà per avere lo stesso esito” (p. 103).
La pluma de Creuzer, por su parte, rezuma un lenguaje sentimental, intuitivo, ‘orientalizante’. Un par de ejemplos: “Ma il cammino giusto verso l’antichità più remota, e con ciò verso l’ambito del mito, è, dal mio punto di vista, la visione, il sentimento” (p. 108); “Un pensiero originale, concepito attraverso un raggio divino nella profondità più profonda dello spirito dell’uomo e compreso in un’immagine felice [ es decir, un ‘símbolo’ ], non può mai tramontare” (p. 123). Habida cuenta que Creuzer da por sentado que el entero patrimonio mítico y científico griego procede de Oriente, sólo podemos abordar el estudio de los mitos “attraverso un’accurata e scrupolosa ‘appropriazione’, per così dire, della maniera orientale di essere” (p. 110). En estos pasajes, y en otros igualmente desbordantes y crepusculares, percibimos un gusto por los ‘orígenes’ y una manía por el Oriente típicamente románticos.
Y es que, en efecto, con su monumental y farragosa Symbolik und Mythologie der alten Völker de 1810-1812 (tercera edición de 1836), Friedrich Creuzer había introducido el romanticismo en la historia de los estudios clásicos. Hábil intérprete de los corrientes culturales de su época, Creuzer se mete de lleno en la discusión (muy viva a finales del s. XVIII) sobre la definición del símbolo y de la alegoría. Para Creuzer, el símbolo es la revelación: dios se manifiesta a los hombres súbitamente, imprimiéndoles en su espíritu el ‘símbolo’ de sí mismo (cf. la Introduzione de Sotera Fornaro, pp. 7-8). Es rotunda su aversión al ‘concepto’, al cual opone “visioni totali, conoscenze ed idee, oppure verità rivelate” (p. 114, donde parece evitar, por una vez, el término ‘símbolo’). Puesto que el núcleo originario del símbolo religioso puede andar escondido en fuentes tardías, la Quellenforschung es, hasta cierto punto, irrelevante: “Quale peso non si è attribuito, per esempio, alla considerazione della cronologia relativa delle testimonianze!” (p. 109). Así, por ejemplo, los autores neoplatónicos (de los cuales hace uso a menudo: no en vano Creuzer es el primer editor moderno de Plotino) pueden ser más próximos y sensibles al meollo original del símbolo religioso que los poetas épicos arcaicos, puesto que “è naturale, e certo dimostrabile, che spesso uno scrittore relativamente tardo aveva una via più vicina all’Oriente di quella di uno più antico, che pure avrebbe potuto attingere senza mediazioni alla fonte originaria orientale” (p. 110).
Hermann, por su parte, se mantiene con pie firme en el terreno de la historia: “La mitologia è nel suo compito puramente storica, e non deve essere nient’altro che una storia dei miti, e delle idee che sono in essi contenute” (p. 90; y con tono polémico, contra Creuzer, en las pp. 191-195 del ensayo). En este aspecto, Hermann es mucho más fiel a Heyne que su colega Creuzer. Ambos filólogos, efectivamente, toman como punto de partida y de referencia a Christian Gottlob Heyne (1729-1812), quien plantea los problemas fundamentales sobre los cuales gravita el epistolario. Así, por lo menos, lo cree Sotera Fornaro, que pondera enfáticamente en la introducción la influencia de Heyne sobre los dos epistológrafos (bajo el epígrafe ‘La grande ombra’: pp. 23-26). Es mérito de la editora haber incluido, entre las Premesse (pp. 39-44), la traducción italiana de una noticia publicada por Heyne en los Göttingische Anzeigen von gelehrten Sachen (1779) sobre la Teogonía de Hesíodo (y el famoso pasaje de Heródoto, II 53). Cabe recordar que el título revelador con el que apareció el epistolario original es Briefe über Homer und Hesiodus vorzüglich über die Theogonie (cf. p. 51).
Igual que Heyne (cf. pp. 23-24), Hermann es también refractario a la interpretación teológica y alegórica de la mitología y a la visión mística de la épica arcaica (“Omero ed Esiodo […] non sapevano nulla di simbolica e di mistica”: p. 54). Y su oposición a las tesis simbolistas de Creuzer es transparente e inapelable (“La mitologia greca innanzitutto non è simbolica”: p. 63; cf. p. 193 del ensayo). Las concomitancias, incluso a nivel de léxico, entre Heyne y Hermann son reveladoras (cf. Fornaro, p. 25): la poesía de Hesíodo se caracteriza por “la semplicità che è propria sua e della sua epoca” (Heyne, p. 41; cf. “la stessa naturale semplicità, che caratterizza tutto ciò che è greco”: Hermann, p. 63). La influencia es también notable en el uso del término filosofema ( Philosophem), que Creuzer critica a Hermann por haberlo tomado de Heyne “e dalla sua scuola” (p. 113, en una de las raras veces que Creuzer cita por su nombre a Heyne; cf. la contrarréplica de Hermann, en el ensayo, p. 196 y 209).
La aproximación de Hermann al estudio de la mitología se articula alrededor de dos ejes, que menciona en distintos pasajes de sus cartas. Es casi programática la formulación, rotunda, de la terza lettera : “la personificazione è l’unica, autentica caratteristica di quella mitologia [ esto es, la mitología más antigua ], e perciò tutti i nomi e gli epiteti degli dei sono reali, e l’interpretazione etimologica è l’unica necessaria per comprenderli” (pp. 63-64). Primero: en la personificación de elementos naturales (o de conceptos) está, pues, el origen del mito griego (y de “ogni mitologia”: p. 217). Segundo: desconocedor de la lingüística comparada y del indoeuropeo, Hermann pretende agotar, con la interpretación etimológica, la exégesis del mito. La personificación de fenómenos naturales, y las hipótesis naturalistas sobre el origen del mito, parece constituir una sólida línea interpretativa que llegará, por lo menos, hasta los exponentes de la escuela naturalista-comparatista de la segunda mitad del XIX (Friedrich Max Müller y Adalbert Kuhn), los cuales parten igualmente de la interpretación etimológica -aunque esta vez comparada, y basada en los recientes avances de la lingüística indoeuropea.
Un abismo infranqueable, en definitiva, parece separar a estos dos filólogos. En cambio, observamos al mismo tiempo intentos laboriosos por reconocerse puntos de encuentro entre ambos y por edificar y restaurar puentes de diálogo. Las cartas de Creuzer y Hermann son un testimonio privilegiado de la actividad y los debates científicos in fieri entre dos excelentes polemistas que se defienden y atacan con fair play. El intercambio epistolar facilita una controversia filológica con alguien “che può contemporaneamente essere un amico”: toda una lección para los que “prendono ogni contraddizione per un delitto di lesa maestà” (Hermann: p. 280). Sin embargo, es Creuzer quien más interés demuestra en subrayar las concomitancias y coincidencias con su oponente (que son de más calado de lo que en un principio pudiera parecer, lo que no pasó desapercibido a Wilamowitz: cf. Fornaro, p. 18). Fue, en efecto, Creuzer quien obtuvo el permiso de Hermann para dar a conocer las cartas y quien más empenño puso en que se publicara el epistolario (incluso su segunda carta, la cuarta en la serie íntegra, ya fue escrita “con un mezzo pensiero per il pubblico”; cf. p. 52). Dando publicidad a sus complicidades con Hermann, acaso perseguía Creuzer una cierta cobertura científica y un espaldarazo académico ante la inmediata aparición de la segunda edición (en 1819) de su Symbolik und Mythologie der alten Völker. Sea como fuere, el intercambio epistolar con Hermann coincide con la preparación de la edición revisada de una obra que había tenido, y tendría, una acogida muy áspera y controvertida (como demuestran, por ejemplo, Lobeck en su Aglaophamus de 1829 y Voss en su Antisymbolik de 1826), lo cual desató un auténtico “Kampf um Creuzers Symbolik”.
Algunos detalles formales para terminar: el volumen está bien producido, es manejable y de lectura nítida. Puede compararse con la edición alemana original (1818), disponible en Google Books (agosto de 2009). Hubiera sido conveniente adaptar las referencias a los autores antiguos (que Creuzer y Hermann citan a partir de las ediciones al uso en su momento) a las ediciones modernas (por ejemplo, Esteban de Bizancio es citado según la edición de Berkel, Teopompo según Müller y Helanico según Sturz en la n. 49). Igualmente útil para el lector sería contar con un sistema de referencias internas, que le permitiese remitirse de un pasaje a otro de las cartas. Un ejemplo: Hermann, en su ensayo (p. 191), remite a la p. 97 (sexta carta, de Creuzer) de la edición original (que equivale a la p. 112 de la edición italiana, lo cual no es senñalado; cf. igualmente p. 193, que remite a la página 100 de la edición alemana original; etcétera). Hay pocos errores tipográficos (muy raramente aparecen dos errores en líneas sucesivas: cf. ‘denonimo’, ‘atttraverso’, p. 63). Se echa en falta un índice de nombres y de motivos o conceptos, así como una resenña bibliográfica.