El tema de la locura como patología asociada a una falta o delito aparece en el drama ático ligada principalmente a dos personajes: Heracles y Orestes. Ambos héroes, luego de cometer crímenes contra su propia sangre, padecen extrañas sintomatologías que los marginan del resto de la sociedad. Las imágenes trágicas no pueden ser más elocuentes: con sus manos manchadas y su alma que se desvía en una incipiente insanía, Orestes (Coéf. 1025) es el matricida que deberá expiar su falta; Heracles, en tanto, preso de un furor báquico, luego de matar a sus hijos deviene “otro”, un ser casi bestial que deberá ser rehabilitado ( H.F.900ss).
La investigación que aborda K. Riley en este volumen, organizado estructuralmente en diez capítulos, trasciende la ficción trágica ateniense, pues no sólo explora con profundidad la locura, la metamorfosis y el sufrimiento del héroe euripídeo, describiendo su extraña patología a partir de las palabras del mensajero (vs.931), sino que se focaliza esencialmente en la teoría de la recepción y performance del mito de Heracles. De este modo, en la introducción, K.R. manifiesta su interés por la multiplicidad de enfoques post-euripídeos que, más allá de sus diferencias particulares, evidencian la perdurabilidad de un tema y confirman la obra de Eurípides como una “culturally revealing presence” (13).
En un análisis que parte pues de la obra trágica, la autora estudia los momentos previos a la transformación del héroe, la presencia intrusiva de Lysa quien, instruida por Iris, resulta el agente de la locura, el pasaje semejante a un ritual báquico que marca notablemente el tránsito hacia la insanía de Heracles y finalmente la rehabilitación del héroe en la que juega un rol esencial, tal como sostiene D. Allen,1 la philia de Teseo.
Tales topoi dramáticos juegan también un papel fundamental en la obra del filósofo romano Séneca, quien, a diferencia del dramaturgo griego, profundiza el aspecto humano y la razón de la locura de Heracles, explicándola como una causa psicológica. En la transición de la sanidad a la insanía, Séneca omite la presencia divina y el momento de la locura está señalado con menos abrupción. Mientras Eurípides enfatiza la locura como factor extraño y ajeno al héroe, Séneca internaliza el furor y lo representa como inevitable consecuencia de un extremo modus vitae desbalanceado por la obsesión y megalomanía del héroe. K.R., en el segundo capítulo de su obra, concluye señalando que esta elaboración romana que explota la ambivalencia del personaje mítico crea un Heracles princeps y imperator, un ejemplo de virtus y pietas pero también una víctima de su ingobernable ira que culmina en “murderous furor” (55)
Los ocho capítulos siguientes profundizan las distintas re-elaboraciones artísticas del mito trágico. Se suceden según este esquema las versiones de Heracles en el Renacimiento, época en la que resalta un Heracles in bivio, un héroe triunfante de la batalla entre la virtud y el vicio, cuya descripción remite a diversas fuentes: la filosofía, la medicina y hasta el histrionismo. Aristóteles, Macrobio, Hipócrates y Ovidio son los autores a los que K.R. vuelve en búsqueda de testimonios de esta época; en ella Heracles es la encarnación activa de la virtud, la elocuencia y la razón.
Durante los siglos XVI y XVII, en tanto, la tragedia de Shakespeare y sus contemporáneos, en la interpretación de K.R., focaliza el tema central de la locura ligada estrechamente al poder y la tiranía, otorgando de este modo nuevas dimensiones políticas al mito trágico.
El siglo XIX también forma parte de la trayectoria que K.R. recorre en su amplia mirada por la recepción del mito. Schlegel, Arnold, Nietzsche, Symonds, Mahaffy son objeto de la investigación de la autora y surge, como dato inequívoco, la anexión de estos pensadores al burlesco aristofánico. En esta misma línea de rehabilitación y valoración de Eurípides como dramaturgo sobresale la versión de Robert Browning inspirada por su esposa, E. Barrett, en 1860-61. En 1875, R.B. realiza una traducción de Heracles sesgada indiscutidamente por la defensa del dramaturgo (Apología de Aristófanes) en la que redefine al héroe como “redeemer and redeemed” (7). La década siguiente marca una verdadera apropiación de Heracles como héroe psicológico: Wilamowitz (1848-1931) y H. Bahr juegan un rol decisivo en la recepción del mito clásico. Acerca del primero, sus dos volúmenes sobre la edición de Heracles, publicados en 1889, son considerados “the foundation of modern classical scholarship, the first modern commentary on a Greek tragedy, the one book every classical scholar must know” (207). Bahr, en tanto, focalizando su interpretación en el verso 931 de H.F. otorga al texto griego un sentido psicoanalítico, ya que las palabras del mensajero simbolizan para el autor el potencial terrible de todo ser humano que se pierde a sí mismo y puede devenir, por esto mismo, “otro”.
Las primeras décadas del siglo XX interrumpen el proceso iniciado por Wilamowitz y Bahr y acentúan la idea de la ambivalencia del héroe como theios aner. La locura y el filicidio no son consideradas manifestaciones de la psicología del héroe, sino anticipaciones de un destino sobrehumano. En este contexto, George Cabot Lodge, William Butler Yeats y Frank Wedekind conciben un Heracles con las características del arquetipo nietzscheano, pensando la locura y el filicidio como una inevitable condición de su intrínseca divinidad.
En el siglo XX, las adaptaciones de la obra trágica profundizan, según K.R., el tema del filicidio y sus implicancias culturales. Los dramaturgos MacLeish y Armitage son, a criterio de la autora, los modernos dramaturgos que dramatizan el “Heracles complex”, una línea que, inspirada en Eurípides y Senecanizada, otorga al mito clásico un sentido de aguda crisis moral propia de una época de guerras.
El volumen de K.R. finaliza con el análisis de performances de nuestro tiempo en las que sus dramatistas destacan las formas de la locura contemporánea y sus posibles o viables soluciones.
Cierran la obra dos apéndices, en los que se incluyen una cronología de las performances teatrales, traducciones y adaptaciones del Heracles a partir de 1800, con imágenes incluidas, un índice de términos y una exhaustiva bibliografía. En suma, este estudio de K.R. ofrece aportes críticos innovadores, cuya originalidad y relevancia — si pensamos en otra obra crítica reciente que profundiza aspectos del Heracles trágico2 — trasciende el análisis del texto euripídeo y brinda al lector un amplio y completo panorama de la recepción de un mito clásico cuya vigencia resulta indiscutida.
Notes
1. Allen, D. The world of Prometheus. The Politics of Punishing in Democratic Athens, Princeton, 2000, p.82.
2. Nos referimos al estudio de T. Papadopoulou, Heracles and Euripidean Tragedy, Cambridge, 2005.