Durante los últimos años, la disciplina filológica ha experimentado una evolución paulatina, pero sostenida, en cuanto a sus perspectivas y métodos. Aunque se trata de un desarrollo heterogéneo, parece existir un elemento común entre los distintos enfoques: la búsqueda de nuevos horizontes interpretativos para textos y obras marcados por una tradición exegética y cultural milenaria que, al mismo tiempo que los enriquece, los lastra.1
El volumen editado por A. Sánchez-Ostiz, J.B. Torres Guerra y R. Martínez, participa de esta apertura, al construir algunas interpretaciones que se basan en un riguroso análisis filológico “tradicional” de los textos y, al mismo tiempo, apelan a teorías que, en un sentido amplio, llamaremos “culturalistas”. Prueba de ello es la atención prestada a los complejos procesos originados a partir del contacto entre lenguas, literaturas, credos religiosos: en una palabra, al universo multicultural del período imperial romano de los primeros cuatro siglos de la era cristiana.
La obra, que reúne veintiséis aportes, es parte de un proyecto de investigación de la universidad de Navarra,2 cuya hipótesis de trabajo apunta a las marcas de la literatura y cultura latinas en el espectro cultural griego durante el período imperial de la antigüedad tardía (sin soslayar, no obstante, los fenómenos que resultaron del cruce recíproco entre ambas). Cinco apartados por áreas temáticas, sumados a una breve introducción, dividen las colaboraciones que, aunque con predominio del español, no excluye trabajos en francés, italiano e inglés.
La relación entre latín y griego es el elemento común de los trabajos de la primera sección, Utraque lingua, cuatro artículos dedicados al anílisis de fenómenos lingüísticos específicos, y, en un caso,3 a las implicaciones políticas y culturales de la enseñanza del latín en los territorios de habla griega del imperio. Por el escrupuloso detalle filológico y la sugestiva interpretación de las fuentes utilizadas, destacamos en esta sección el artículo de M. García Teijeiro, “La traducción del preverbio ANA- en la Vulgata Latina del Nuevo Testamento” (pp. 31-46). El autor intenta determinar, de modo indirecto, el matiz semántico de los preverbios en los compuestos verbales griegos, a través del análisis de la versión del Nuevo Testamento (NT) en su versión latina del siglo IV. Los preverbios griegos, y especialmente ANA- en combinación, son utilizados frecuentemente en el texto del NT y, en general, en la koinê y la versión de los Setenta, pero con una particularidad: la evolución de la lengua y el trabajo de los autores tienden a neutralizar la oposición entre las formas verbales simples y aquellas con preverbio, así como la existente entre distintos preverbios con un mismo lexema verbal, con el consiguiente aumento de formas prefijadas carentes de significación propia. La cuestión adquiere relevancia para la interpretación de pasajes con formas compuestas cuyos matices semánticos se han perdido. Según el autor, puede resultar útil, en este sentido, “el examen atento de cómo vertieron a otras lenguas traductores que hablaban griego las formas prefijadas” (p. 35), y específicamente el caso de
La segunda sección, la más extensa, Descubriendo al otro: una historia constante, comprende diez trabajos en los que se analizan las representaciones recíprocas de griegos y romanos, especialmente en los textos literarios: las huellas de Homero en Ausonio, la representación de Roma en la sofística de Elio Aristides o de Grecia en Aulo Gelio, la recepción romana de la Batracomiomaquia, entre otros. Las importantes diferencias que existen entre las versiones de la historia de Roma en los escritores griegos y las versiones latinas (Floro, Valerio Máximo, Apiano, Polibio, Dión Casio, Diodoro) son estudiadas por A. Cascón Dorado en “Escritores griegos y latinos ante episodios legendarios de la historia de Roma” (pp. 129-141), diferencias que no siempre son atendidas por los historiadores modernos, proclives a una consideración genérica de las fuentes en latín: al privilegiar las versiones romanas, se pierden los matices, e inclusive críticas más o menos veladas, al poder romano, presentes en las fuentes griegas. Parecido enfoque utiliza, aunque limitado a un pasaje específico, M. Cruz Herrero Ingelmo en “Pausanias y la dominación romana en Grecia: a propósito de VIII 27.1” (pp. 155-165). Asimismo, M. Librán Moreno, en “Odiseo, Eneas y la fundación de Roma en las fuentes griegas” (pp. 167-185) reseña e interpreta las diversas teorías que sobre la fundación de Roma circulaban en la antigüedad, con especial atención a los factores ideológicos y propagandísticos que en cada momento histórico influyeron en la mayor o menor vigencia de las mismas. Entre las versiones del origen de Roma, que por sobre la versión griega (atribución a Odiseo, Herácles o Evandro) haya prevalecido el mito del origen troyano tiene una explicación: “La adopción de un origen troyano permitía a Roma tomar distancia de Grecia, mientras que al mismo tiempo [conservaba] unos orígenes comunes y una cultura fácilmente asimilable y conciliable con la helenidad” (p. 185).
En La lengua cambiada, tercera sección del volumen, se estudia el caso de los autores romanos o griegos que abandonan sus lenguas maternas y eligen, ya el latín, ya el griego, para escribir. El autor que mayor interés ha concitado es Amiano Marcelino, al que se dedican tres de los cinco artículos de esta sección, tanto por su condición bilingüe como por el tipo de historia “tradicional” que escribió (su modelo es Tito Livio en una época, la antigüedad tardía, de proliferación de los epítomes y anecdotarios de los emperadores), no menos que por su condición de pagano en un período de expansión sin precedentes del cristianismo. Por ejemplo, C. Castillo (“Amiano Marcelino: un hombre entre dos mundos. La impronta de Cicerón en las Res Gestae“, pp. 239-249), a partir de la comparación de ciertos pasajes de Amiano y Cicerón (detallados al final del artículo), comprueba que, paradójica y oblicuamente, Amiano es un escritor “que además de escribir en latín pone a Cicerón por delante de los oradores griegos, aunque parece admirar no tanto su elocuencia como su pensamiento, en buena parte heredado de Platón y de la tradición de las escuelas griegas” (p. 249). L. Pomer Monferrer, por su parte, considera el uso del léxico técnico y las citas en griego en las digresiones de la RG (pp. 283-292). El fenómeno de la “lengua cambiada” de Amiano Marcelino no resulta menos evidente en la presentación de sus personajes, especialmente en el caso de Juliano, emperador romano cuya lengua materna era el griego: A. Sánchez-Ostiz interpreta el modo cómo el historiador, inmerso en una situación de “biculturalidad”, reconstruye los discursos de aquél, para determinar “qué conciencia tenía [Amiano] de los fenómenos de alteridad lingüística y cómo proyecta esa conciencia sobre sus personajes” (p. 295), concluyendo que Amiano “percibe la alteridad cultural y la refiere de modo explícito o implícito” (p. 296), por su “específica afinidad hacia lo diverso”. Asimismo, en “Los declamadores griegos en la obra de Séneca el viejo” (pp. 253-268), A. Echavarren examina cómo la distinción entre oradores griegos y latinos funciona como principio organizativo en las Controuersiae y Suasoriae de Séneca el viejo, al mismo tiempo que considera la progresiva romanización de un género, el de las declamaciones, que fue en su origen exclusivamente griego, así como la coexistencia (a través de imitaciones, traducciones o relaciones maestro-alumno) en el período augústeo-tiberino, de declamaciones en griego y latín.
De la cuarta sección, Lecturas latinas en autores griegos, un aporte interesante lo constituye el trabajo de M. Hose, “The Silence of the Lambs? On Greek Silence About Roman Literature” (pp. 333-345), algunas de cuyas apreciaciones son válidas para buena parte de los temas tratados en el volumen. El punto de partida de Hose es la ausencia, en los autores griegos de los siglos I-III d.C., de referencias a autores latinos (fenómeno ya señalado por Gibbon en 1776). El autor, a partir de una perspectiva culturalista y recordando que la expresión griego pudo significar “several things during the period and the geographic space in question” (p. 335), rechaza las explicaciones de esta ausencia, tanto las que se inclinan por una hipotética animosidad griega frente a los conquistadores, como las que esgrimen la cuestión del lenguaje como barrera crucial: “I want to pose the question whether this ‘silence’ expresses a lack of knowledge regarding Latin literature or simply a lack of mention of something that is known” (p. 334). El estudio de autores como Cecilio, Pseudo Longino, Plutarco, Ateneo y Luciano, revela la existencia de lecturas latinas, aunque los autores griegos “did not point to their Rezeption with the markers that they typically used to signal de Rezeption of Greek authors” (p. 338). De acuerdo con Hose, la cita de “otras” literaturas, en el ámbito griego, no es una práctica natural, porque la práctica misma de la cita está sujeta a condiciones culturales, y alerta sobre la tendencia a extender al mundo clásico hábitos de comprensión y lectura modernos. A partir de un convincente análisis de pasajes y citas en Pausanias y Josefo, Hose concluye que en el mundo griego del período imperial, la literatura romana no poseía status canónico, y por lo tanto, “Roman literature could not be used as an ‘argumentative reference'” (p. 344).
La quinta y última sección del volumen, De Roma a la nueva Roma, incluye dos capítulos en los que se considera la literatura jurídica bizantina entre los siglos VI y XV, y las traducciones al latín de textos tardoantiguos en el período anterior a las cruzadas, un complejo proceso de contactos del que participaron como centros difusores tanto la “nueva Roma” como las ciudades italianas del sur de Italia (Roma y Nápoles, especialmente) y la corte franca. Un índice de obras y nombres completa el volumen.
Por la diversidad de temas que abarca y el riguroso análisis filológico de autores, especialmente los tardoantiguos, caracterizados por una situación de multiculturalidad, De Grecia a Roma y de Roma a Grecia constituye un bienvenido aporte a los estudios sobre la antigüedad tardía. Sin lugar a dudas, la atención prestada a la cuestión del encuentro entre dos culturas, la griega y la romana (definido por los editores como “ejemplo logrado de interculturalismo”) es, a nuestro juicio, el aporte fundamental de la obra, que sugiere perspectivas y posibilidades de investigación en gran medida inexploradas, no sólo sobre un periodo, la antigüedad tardía, que aún nos resulta terra incognita, sino también sobre la peculiar convergencia de Grecia, Roma y el cristianismo en expansión.
Notes
1. Ejemplos dispares de esta apertura los encontramos, por ejemplo, en Allusion and Intertext, Cambridge, 1998, de S. Harrison, Roman Constructions, Oxford, 2000, de D. Fowler, Modern Critical Theory and Classical Literature, Leiden, 1994, de I. J.F. de Jong y J.P. Sullivan, así como la obra de Gian Biagio Conte.
2. Graecia capta. El influjo de la cultura latina en la cultura y literatura de Grecia.
3. B. Roche, “L’enseignement du latin dans la partie hellénophone de l’Empire romain: objectifs et méthodes”, pp. 47-63.