El presente trabajo de Leonardo Lugaresi aborda la crítica cristiana al teatro y el paulatino proceso de espectacularización que se produjo a casi todos los niveles en la sociedad tardo-romana, es decir, la tendencia por la que eventos políticos, religiosos o sociales pasaron a ser un mero entretenimiento disociado de su contenido original. En este contexto, el presente estudio de Lugaresi ahonda en la trascendencia e importancia que tuvo el teatro y el espectáculo grecorromano en la formación de la identidad cristiana.
El libro comienza con un amplio capítulo introductorio en el que Lugaresi, partiendo de la multitud de testimonios en los que autores cristianos consideran incompatible la profesión de actor con la fe cristiana, pasa directamente a formular el objetivo que define y coordina todo su trabajo, “il motivo profondo e il vero significato di tale ripugnanza per il mestiere dell’attore” (p. 9). Según Lugaresi, gran parte de la bibliografía moderna ha explicado el discurso contra ludos et theatra de los autores cristianos como una consecuencia del carácter iconoclasta, inmoral y licencioso de gran parte de los espectáculos de época imperial. Sin embargo, frente a este acercamiento que ha dejado de lado la importancia a nivel social de los espectáculos en época imperial, Lugaresi plantea una serie de objeciones: cómo respondía el discurso radical cristiano frente a la dimensíon socializadora de los espectáculos, cómo encajó la Iglesia el apoyo imperial hacia los juegos y representaciones lúdicas como forma de propaganda política, por qué motivo el cristianismo no adoptó una postura más flexible hacia la dimensión espectacular del teatro o de los juegos circenses como había sucedido en otros campos como la retórica o la filosofía. Tras un extenso status quaestionis Lugaresi finaliza el capítulo introductorio con un breve repaso a la doctrina cristiana en relación a los espectáculos que se puede encontrar en los textos de los concilios de Elvira, Arles y Laodicea.
El primer capítulo del libro (Gli spettacoli come problema nella società antica) comienza con un catálogo de los espectáculos que se podían ver en el circo, el teatro y el anfiteatro en los siglos I-IV. Lejos de conformarse como un simple ejercicio taxonómico, Lugaresi ofrece una serie de reflexiones sobre la naturaleza del teatro y del espectáculo en época imperial. Se destaca, principalmente, el carácter hiperrealista de las manifestaciones teatrales imperiales y la naturaleza autorreferencial de las mismas con una clara vocación de mecanismo de compensación social para aquellos más desfavorecidos. Lugaresi, apoyándose en Platón, Aristóteles y Horacio, muestra a las claras que el sentido comunitario y cívico del teatro de época clásica dejó lugar a una concepción autorrepresentativa del espectáculo con fuertes implicaciones individuales tanto para el espectador como para el organizador del espectáculo. Es un cambio, según el autor, acorde al espíritu individualista de la época por el que la dimensión político-social del espectáculo se desvanece por el empobrecimiento en su contenido ante el empuje del elemento espectacular y vacuo de gran parte de las representaciones en el teatro, anfiteatro y circo.
En el segundo capítulo (L’atteggiamento della cultura pagana nei confronti degli spettacoli. Lo spettacolo come metafora) Lugaresi contrapone la visión que de los espectáculos tenían cristianos y paganos. El estudioso italiano considera que en el ámbito cristiano los espectáculos tenían una dimensión democrática, entendiendo por tal el denominador común que degradaba la dignidad de toda persona que asistiera a un evento de ese tipo. Resulta sorprendente y llamativo que, al hablar de la percepción que se tenía de tales espectáculos, Lugaresi ignore las tendencias historiográficas actuales sobre identidad cristiana y espectáculo en el marco de los estudios anglosajones que han venido empleando las teorías sociológicas de autores como Bourdieu o Foucault. Una apropiada alusión a la teoría de Bourdieu del habitus, por ejemplo, habría podido enriquecer la visión global del capítulo al habernos acercado más a los procesos de transmisión y recepción del espectáculo en su contexto social. Con todo, el núcleo de este capítulo está conformado por un detallado tratamiento de la postura de autores imperiales paganos respecto a los espectáculos teatrales como el mimo y la pantomima. Por ejemplo Elio Aristides y Dión Crisóstomo, retomando argumentos platónicos, consideran que estos espectáculos pueden llegar a poner en peligro el curso normal de la vida en la ciudad y, aunque no abogan por su desaparición, sí es cierto que exigen un tono y un tratamiento más beneficioso para la comunidad. Por otro lado, Luciano y Libanio defienden el carácter marcadamente pedagógico del mimo y la pantomima. Ambos autores realzan el valor semiótico de estos espectáculos y, en el caso de Libanio, se insertan en un contexto antagónico que contrapone las reticencias cristianas frente al valor de herencia cultural helena de las representaciones teatrales.
El tercer capítulo (I presupposti ideologici del problema cristiano degli spettacoli e la sua prima messa a tema nella letteratura martiriale, apologetica ed eresiologica del II e III secolo) desarrolla los orígenes de la postura cristiana frente al teatro. Lugaresi asume que los textos neotestamentarios fueron entendidos como un “dramma soteriologico”. Cabe destacar que el estudio se conduce a través de dos conceptos principales, solapamiento y subversión, esto es, el proceso por el que algunos textos (especialmente los relacionados con la pasión de Cristo) fueron copando funciones propias de textos teatrales con la intención de ser interpretados en clave cristiana. Así, a pesar de que en los textos neotestamentarios que Lugaresi emplea (principalmente los Hechos y los cuatro evangelios) no hay alusión directa al teatro o a los espectáculos, se enfatiza el hecho de que el martirio cristiano pasa a ser interpretado como la cristianización de un espectáculo transformado en acto de fe. El martirio, por lo tanto, conquista el medio pagano del teatro para convertirse en (p. 342) “uno strumento di propaganda della fede”.
El siguiente capítulo (Tertulliano e la fondazione del discorso cristiano sugli spettacoli) entra de lleno en la teorización cristiana de lo visto hasta el momento, esto es, la composición de un discurso bien articulado y argumentado frente a la dimensión espectacular de la sociedad no-cristiana. Lugaresi ofrece un muy completo análisis del De Spectaculis de Tertuliano con la intención de poner de manifiesto las estrategias argumentativas del teólogo. En este sentido, los espectáculos teatrales— pompa diaboli según Tertuliano- son completamente denostados, tanto por lo que significa para los actores y espectadores (p. 390 “lo spettatore che va a teatro è dunque responsabile della performance a cui assiste”), como por la dimensión espacial del espectáculo en sí (por ejemplo, Roma es descrita como la ciudad in qua daemoniorum conventus consedit, Spect. 7.4). El capítulo se completa acertadamente con un apéndice de textos de Novaciano, Cipriano, Arnobio y Lactancio que testimonian la vigencia de los argumentos de Tertuliano frente al teatro: acusación de idolatría, inmoralidad, invitación a sustituir las representaciones ficticias por una verdadera vida de valores cristianos de cara al mundo verdadero que representa (el Reino de los cielos).
El quinto capítulo (Realtà e metafore della rappresentazione nella tradizione alessandrina) se encarga de exponer las doctrinas de Filón, Clemente y Orígenes sobre el asunto de los espectáculos. La elección de estos autores responde acertadamente no a un criterio de homogeneidad de pensamiento sino al hecho de que en Alejandría hubo un desarrollo extraordinario de las actividades teatrales y, en consecuencia, un lugar idóneo para el triunfo de una relación simbíotica entre público y teatro. Con la intención de adoctrinar frente a esta tendencia Filón, a través de un acercamiento literario y sociológico antes que teológico, no adoptó una postura extremista sino que critica la actitud de los espectadores y de los que dedican recursos a esa insania circi en vez de a la caridad. Por su parte, Clemente de Alejandría hace hincapié en los peligros de la teatralización de la vida cotidiana mediante un continuo alejamiento de la simplicitas (tanto a nivel espiritual como social y estético). Orígenes, finalmente, adopta una postura mucho más extrema que la de Filón y Clemente al considerar totalmente incompatibles los espectáculos no ya con el estilo de vida cristiano sino con la esencia misma del ser humano y su relación con Dios.
El sexto capítulo del libro (Il conflitto sugli spettacoli tra IV e V secolo. Agostino) constituye el núcleo central de las tesis de Lugaresi, ya que éste propone una lectura teatral de las Confessiones de Agustín. Además de las evidentes referencias explícitas al teatro que Agustín refiere a lo largo de la obra, Lugaresi se vale de algunos pasajes para ejemplificar la ambigua actitud hacia los juegos por parte de algunos cristianos: el tránsito del amore ludendi y el sentimiento de vanitas et voluptas del joven Agustín (téngase en mente el pasaje III.2.2, rapiebant me spectacula theatrica) al confessio peccati se analiza desde un prisma social, contraponiendo individuo-masa social como símbolos de ejemplaridad moral. El individuo, en este contexto, se aleja de aquello que le produce un placer personal sin mayor repercusión social para pasar a formar parte de un conjunto—el cristianismo- con un mensaje propio y con unas costumbres y ritos sociales trascendentes. Así, Lugaresi analiza al detalle los episodios de Alipio, y de la conversión del rétor Victorino como verdaderas muestras de un spectaculum christianum. Como bien expresa Lugaresi (p. 586) “Agostino sa bene che chiesa e teatro si confrontano sullo stesso tereno, quello dell’unica natura umana”, si bien Agustín no se puede considerar tan rigorista como Tertuliano en su postura hacia el teatro. De hecho, del mismo modo que Agustín no condenaba todos los usos de la retórica, la oposición teatro-iglesia se presenta en ocasiones como una relación simbiótica. Así, hablando de la crucifixión de Jesús Agustín dice que fue un grande spectaculum: sed si spectet impietas, grande ignominiae documentum; si pietas, grande fidei munimentum (Io. Ev. Tr. 117,3). Con todo, Agustín incorporó la asistencia a los espectáculos al catálogo de argumentos contra heréticos y maniqueos. Los superflua luxuriosaque, como los denomina Agustín, representaban una faceta del evergetismo cívico y político que venía a restar espacio al concepto de caridad cristiana. A través de un importante número de textos de los sermones agustinianos (y con la sorprendente ausencia de referencias al Codex Theodosianus dado el elevado número de disposiciones legales referentes a los espectáculos y al cristianismo) Lugaresi resalta la importancia del teatro al comparar el aumento de cierres de templos paganos con la irreversible influencia en la vida diaria de los espectáculos circenses o teatrales. De hecho, pocos cristianos podían sustraerse a la atracción de tales espectáculos y acababan por convertirse en spectatores nugacium antes que en asistentes a la iglesia.
En consonancia con las preocupaciones por el impacto social del teatro en Agustín, el último capítulo del libro (Il conflitto sugli spettacoli tra IV e V secolo. Giovani Crisostomo) desglosa la preocupación de Juan Crisóstomo por el continuo proceso de espectacularización de la sociedad tardo-antigua. Partiendo de la consideración de la kenodoxia (ambición por la vanagloria) como eje sobre el cual giraban las ambiciones personales en el ámbito de la ciudad, Crisóstomo construye un sistema moral destinado a demonizar los juegos y espectáculos como lo opuesto a lo que significaba ser cristiano. En este sentido, el presente capítulo presenta una sociedad en la que el cristianismo era cada vez más acólito al poder pero cuyas estructuras de base, el pueblo, permanecían ancladas a las costumbres y modos de vida propios de la polis clásica. Los continuos llamamientos por parte de Crisóstomo para que los fieles dejaran de asistir a los teatros y volvieran a las iglesias eran especialmente infructuosos cuando éste tenía que recordar a los feligreses que contuvieran sus aplausos y que recordaran que se hallaban en la casa de Señor, no presenciando un espectáculo. No ha de extrañar la postura de Crisóstomo, ya que un coetáneo suyo como Gregorio Nacianceno dejó a las claras que los feligreses (Or. XLII, 24) “quieren oradores, no sacerdotes”.
Este trabajo, en conclusión, aborda la crítica cristiana al teatro y a los espectáculos de época imperial desde un acercamiento tanto fenomenológico como literario. Apoyádose en un concienzudo análisis de fuentes clásicas de los primeros siglos de nuestra era y en un considerable soporte bibliográfico, Lugaresi completa con brillantez áreas que la crítica moderna ya había estudiado. Se trata, en fin, de una obra ambiciosa, de voluntad enciclopédica que será referencia imprescindible para los estudiosos del cristianismo y de la literatura de los siglos II-IV.